lunes, 24 de octubre de 2022

La cantaleta



Érase una vez, en un país de Europa, entre los viejos muelles de una caleta, dos niños se habían encontrado en el verano y los dos eran grandes amigos, Uno se llamaba Franz y era alemán, su compañera era una francesita muy elocuente que se llamaba Margot. ¡Menudo problema de comunicación! Parecería que el diálogo era imposible pero existía un lenguaje común porque sus padres venían de una playita escondida y apacible pues todos eran pescadores, lo cual conocían el dialecto de la comunidad. Vivían algo lejos el uno del otro pero jugaban en todas las estaciones, todos eran testigos de la diversidad de juegos que podían inventar pero fueron creciendo y ambos tuvieron una sincera atracción en un pequeño mundo al lado también de las tormentas del mar. Eran mudos testigos de los cambios de la naturaleza, pero mantenían el espíritu de ser los inseparables.

Cuando niños, Franz le contaba a Margot que tenía una gatita turca que siempre le hacía la vida imposible porque el animal era incontrolable. Ella le compartía siempre los sin fin y un problemas que tenía con su hermanito menor y los líos terribles que con él tenía. Sus días eran imprevisibles y se unían con las “desgracias” comunes que ellos compartían. Franz le hablaba de su gata y ella solo sonreía.

Margot le aconsejaba:

        “Ten paciencia, pues los gatos tienen sus momentos, pero verás después que en muy poco tiempo cambiarán”

Y él le replicó:

        “Margot, ¿Acaso no se compran dos de ellos por cinco centavos y yo tengo ahora que soportar a una gata que no quiere comer siquiera? ¿Por qué ella quiere ahora dejarme por una mejor casa y un mejor dueño?”

Ella paciente frunció el ceño y le decía vez por vez, casi lo mismo. Entonces, la gatita de Franz enfermó y murió de melancolía. Todos hicieron luto y quedaron constreñidos por ella porque Franz se hallaba ensimismado con tal acontecimiento. ¡Cosa de niños!

Pero después de lo que ocurrió, pasaron los años, los chicos crecieron y Franz en su locura, se había acordado que su corazón latía muchas veces por Margot pero nunca le dijo nada. No obstante, reaccionó y sin pensarlo tanto, pronto se acercó a ella con una flor e insistió.

Entonces Margot que también había crecido, sin más preámbulos le dijo:

        “Celebro tu trato gentil y digno de un caballero, me gustan tus atenciones a mi persona porque tienes buenos sentimientos. Qué no diera yo por vivir contigo en el comienzo de la aurora, solamente que en estos momentos mi corazón y mi voluntad no te los puedo brindar. Es mi padre también que me envía a Suiza y que ahora no lo podría tolerar”.

Y Franz solo le dijo:

        “¿Por qué Margot? Si tú tienes el secreto que compartimos desde niños y en los momentos más difíciles de mi existencia, estuviste en las penas más importantes de mi vida y pensé que podías ser mi pareja en el baile de todos los años en la caleta”.

Ella le respondió:

        “Yo creí que esta flor no era solo para hacerme sentir tu reina en la fiesta sino en la vida misma como adultos. Busca mejor, te aconsejo, a una compañera como tú que te acompañe a bailar o solamente a sentir tristezas, y que te acompañe pues, en la misma cantaleta. Buenas tardes”.

Y Franz, confundido y avergonzado, la vio irse del modesto atracadero, entre el atardecer que ya anunciaba a la noche y la niebla que no tardaron en hacer acto de presencia. La siguió con la mirada hasta perderla entre las sombras de las casas que ya empezaban a alumbrarse de la oscuridad que ya empezaba a visitarlas.

Entonces, él se perdió también entre los botes y los muelles, haciéndose mil preguntas sin respuesta. Pensó que tal vez no la entendió o no supo ganar el corazón de una señorita que dejó de ser niña al pasar el tiempo y fue tonto al no haberle dicho desde niños el interés que tenía él por sus sentimientos.

Y muy triste entonces, se sentó en el muelle y solo se puso a pensar…

Roque Puell López Lavalle

domingo, 23 de octubre de 2022

Los niños

 

Un niño y una niña estaban acostados en el jardín del patio trasero de una casa viendo el cielo y ambos jugaban a adivinar las formas de las nubes que se hacían en el espacio frente a sus ojos. Inocencia e ingenio en cuerpecitos menudos era lo que ellos demostraban. Era la edad del despertar, aquella en que no se concibe que algún día cambiarán las cosas ni se sabe qué sucederá en el futuro cuando ellos crecerían sin chistar. Y no cejaron ellos de buscar su momento porque habían hallado de alguna manera, el saber expresar su alegría y su felicidad en un juego que pocos habrían conocido. Se dieron cuenta que es el mejor día para estar juntos y ver ese firmamento, respirar el aire de la naturaleza que los hace soñar que aquello no terminaría nunca.

Gozarían así hasta el último instante porque no quieren que nada de lo que hagan, llegue a su fin. ¿Será que algún día nosotros lo vivimos igual? No obstante, los años pasan, el cielo se oscurece y comienzan las preguntas porque las nubes se tornaron rojizas y comienzan las sombras a aparecer. Entonces, vinieron las dudas, las nuevas inquietudes y empezó la resolución de que ese misterio tendría que resolverse hasta que se vayan a dormir.

Y la niña, le preguntó a su inquieto acompañante, qué sentiría si no viera más la luz de este nuevo día, él sin pensarlo dos veces le dijo que lo entristecería mucho pero que tendría la esperanza que una nueva luz vendría al día siguiente. Ella sonrío ante tal respuesta pero ella afirmó que a veces las luces no dejan su brillo aun en la más densa oscuridad. Él le dijo que si así fuera, entonces no tendría que soñar hasta el día siguiente sino tendría que esperar que esa luz brille para siempre. Aun así se sentía confundido pero ella lo miró con cariño y le dijo que ella también esperaría con ansias lo mismo. El niño entendió que la luz era imprescindible y le dio un pequeño beso en la frente.

Pasaron las horas hasta que los padres de ambos los fueron a buscar porque ya estaban muy preocupados. Y todos se maravillaron que ellos seguían jugando a adivinar esas formas de las nubes donde ahora el inmenso cielo estaba muy oscuro. Esperaban quizá que alguna pequeña luz asomara en medio de esas formas amorfas no importando si las estrellas habrían de ayudarlos. Los padres nunca lo supieron y solo se limitaron a invitarlos a casa porque la cena estaba lista para ellos. Sobresaltados, se fueron corriendo a casa antes de que los padres pudieran insistir de nuevo. Ellos se miraron el uno al otro sin saber qué hacer pero al final los acompañaron sonriendo.

¿No será que cuando crecemos nos olvidamos que la luz siempre debe brillar a pesar de la oscuridad? ¿O será que a pesar de la oscuridad más terrible, nuestro corazón no debe tener tantas esperanzas? Nos olvidan huyendo de nosotros porque nunca nos quisieron, son mal agradecidos, no necesitan de nuestro apoyo y aun así nos asimos de la esperanza? Yo creo que esos niños, si sabían de lo que estaban jugando... ¿Y nosotros?

Roque Puell López Lavalle


sábado, 22 de octubre de 2022

Jaime

 

Era mi gran amigo, mi pariente, tal fue mi tío querido a quien yo quería desde siempre. Fue entre todos los de la familia, el hermano menor de mi madre y como todos, era un travieso igual que quien escribe. Y así como yo lo veía desde que era un niño, así lo entendí yo, porque era como un padre para mi vida. Así sería el pensar de muchos en la casa, aquél mágico ausente que ellos creían conocer…

Fue un músico de oído, era él la melodía del acordeón porque a más de uno nos deleitó sin tanta preparación. Tocaba los valses otoñales y eran más las canciones que los versos, porque al final todos terminábamos en una gran celebración. Él era el amigo de todos, también de la farra y de la buena vida. Era quien trabajaba mucho según lo decía el tío bandido, porque entonces las fronteras ya conocían su zalamería porque supe que a más de una les arrancó suspiros, alegrías y a todas ellas, dizque que las quería...

Hasta que una vez, la vida le dejó un indeseable aviso. Había una factura impaga que él tenía por cobrar y su familia así extrañada, se preguntaba ¿Qué habría de suceder ahora? Entonces, entre las trompetas de la cita médica y de los desvelos, él se enteró de una noticia crucial. Estaba escrito que era poco el tiempo que le quedaba en esta vida. Muchos se lo dijeron, otros lo alertaron, solo que a él nunca le importó. Llegó entonces el momento del desenlace y no tardó en ingresar al Hospital.

Así entre medicinas y tubos de oxígeno, rodeado de toda la familia, su semblante estuvo realmente mal. Fue en aquellos afanes que el hombre fuerte de antes, se halló muy grave sin otra alternativa que rezar por él. Se hizo mucho para reanimar al gigante que ya se nos iba y solo era cuestión de tiempo. Pero a decir verdad, el amor de nosotros, si lo recibió sin reclamar. Por fin, descansó su cabeza en mi regazo, cerró sus cansados ojos y a todos los que estuvimos con él, nos dejó

Roque Puell López Lavalle

viernes, 21 de octubre de 2022

Lupi


Y pensar que pasaron los años, uno tras otro y hoy, suman 22. Pero algún tiempo atrás tú hermana menor y yo nos encontramos empezando a recordar los bonitos recuerdos de nuestro vivir en aquél edificio inmenso, lleno de aventuras y anécdotas para gente realmente distinta. Era para nosotros, "para los que llegaron tarde", como dijera antes un perdido presentador de músicos y canciones. Vieras como nos reíamos de las ocurrencias de nuestros amigos, los de los mil mundos tan distintos y dispares. Era hasta cierto punto gracioso porque en aquella en época tu hermana venía del colegio y todos la conocíamos, pero ella no miraba a nadie. Además salía solamente con tu madre y no hablaba con ninguno y menos saludar porque las sonrisas que ella tenía, si eran pocas o muchas, nunca tenían un destino amical.

Y entonces, la que no habló ayer se convirtió hoy en una audaz parlanchina, tanto que una vez me contó que tú le hablaste de mí, quizá como un hermano mayor, de repente porque no lo tuviste al vivir rodeado de hermanas, todavía mujeres bellas para mí. Sin embargo, éramos amigos y aunque no nos veíamos tan seguido siempre que podíamos nos íbamos a jugar en los nacientes juegos de pantallas y mentiras con tan solo una moneda para algunos minutos contados por un reloj. Así las cosas fuiste creciendo, eras un chiquillo y yo tenía el tiempo de un joven algo mayor. Pero me di cuenta que eras un embustero y un aprendiz de malvado, así igual mostraste un corazón de galleta y a muy pocos de nosotros, nos pudiste convencer.

Pero pese a todo, me dijeron que te habías casado cuando todos ni pensábamos y muchos nos fuimos del gran edificio. Pero lo tuyo fue bonito y hasta cuando tuviste una hija. Pero al final no la vimos ni la conocimos ni nada, tú habías cambiado y aparentabas ser el gran señorón con tu terno y tu maletín, todo un empresario ejecutivo que prometía un mejor vivir. Nos enteramos después que aquél casamiento fue solo una quimera y de pronto, todo se acabó. Seguiste tu vida y yo la mía hasta que nos encontramos en el parque, tú bebiendo ron y yo alegre de verte de nuevo, conversamos más de ti en tu alegre forma de ese momento. Era evidente que Baco había hecho de ti un loro imposible de callar.

Pero un día recibí la noticia. Habías partido de este mundo sin más legado que tus anécdotas y de un ataque al corazón. La juerga había jugados sus cartas, tú no le pudiste ganar y así sin pena ni gloria te fuiste dizque las malas lenguas a la hora del bañar. Tan joven y tan muchacho no lo supiste superar, ya no importan los motivos ni el por qué no pudiste para con aquello porque al final la pelona te hubo de llevar. Yo me entristecí por la noticia, pudiste ser mi hermano menor, el que nunca tuve por tu forma de amistad. Me dijeron por ahí que fuiste mi engreído y a veces me puse a pensar que era cierto, cuantas cosas me habías de contar, yo en silencio me reía pero al fin te tenía que aconsejar. No te preocupes que a tu amigo le vienen años que cuando pasa por el barrio siempre te recuerda por tu pasada forma de jugar.

Hace algunos años vino tu hermana Helga de Alemania, fue todo un acontecimiento, tantos años que no sabía de ella y sin embargo tuvimos la oportunidad de vernos y de volver a las añoranzas. Nos pusimos de acuerdo y pudimos ir al Camposanto a visitarte. Ahí estaba tu placa, sencilla y al ras del piso, elegante, sobria, indiferente, primera vez que la veía. Nosotros te dejamos muchas flores, ya no te podías quejar. Hablamos de ti, recordamos lo que fuiste para nosotros y que alegría fue para mí encontrarte de una forma más discreta, silenciosa pero grande al recordar los tiempos de nuestra amistad

Roque Puell López Lavalle

Click: https://www.youtube.com/watch?v=SxDwPVfIaDI

El champa pecho

 


¡¡Urcututuuuuu…..urcurtutuuuuuuuuuuu….urcututuuuuuuuuuuu!!!!!!

Aquel momento y sin haberlo esperado, se rompe el profundo silencio del bosque por el canto de una lechuza del monte. Tenía solo el grillar de estos animalitos desperdigados y el misterio de la oscuridad escuchando con asombro, el cantar de esta ave que de seguro iría en busca de su presa. No era temprano, ahora la media noche se hacía presente con la negrura que la caracterizaba y según los cuentos de la selva, los momentos eran propicios para los duendes o a los animales nocturnos incluida también la carachupa o tortuga de tierra. En un espacio compartido, se podía gozar del shihuango negro, (ave) los zancudos y los citaracos sin contar a la temible cascabel luego de algunos jergones que por las lluvias podrían manifestar su presencia.

Y allí estaba yo con mi farola en mano, silbato y sin sueño, desvelado como me sentía. Sufría alergia al agua al igual que me veía enronchado por los molestos mosquitos pero hacía mi guardia como vigilante. Imperturbable en lo que podría ocurrir en las ocurrencias de una noche que amenazaba con llover por las nubes negras llevadas de un viento fuerte. Volaron mis pensamientos a las épocas en que viví estas experiencias de la naturaleza, entre ver el amanecer y el atardecer de un día con los cantos del huíshuincho, el olor de la floresta, a la madera húmeda y picante de los árboles, más algún pájaro carpintero. La diferencia eran las montañas porque no había llanuras. La misma vegetación, pero árboles más grandes, frondosos, pero igual de peligrosos como los interminables senderos.

Había tenido la experiencia de vivir allí tres años de mi vida y en ese arranque de aventura y misión, obtuve una chacrita de un campesino agobiado de deudas y con ganas de irse a su tierra. Fueron treinta hectáreas de bosque entre las vegetaciones crecidas (purmas) y selva virgen donde tomé posesión del lugar. Había una quebrada muy fría que la gente la llamaba Mananquiari o “nido de víboras” en idioma asháninca. Para llegar, tenía que caminar unos 10 km. entre las faldas de una montaña que se iba subiendo pero que se mostraba plana al comienzo pero con las irregularidades típicas de un terreno sinuoso.

Pero un buen día, cansado quizá de ir acompañado, lo confieso, pues no me gustaba la idea de estar así, decidí emprender el viaje solo. No almorcé, salí a las 11 de la mañana, mi morral estaba solo con mi botella de agua, mis botas y machete. Según yo me quedaría unas horas y luego regresaría cargado de papayas y limones. Mi instinto aventurero, me decía: ¡Tú eres el champa pecho y para ti nada hay imposible! Seguí los senderos, subí las cuestas y parecía interminable mi llegada. Pasaron los minutos y ya estaba emocionado, había llegado solo, no tenía que molestar más a nadie y fue verdad porque a pesar de la hierba ya muy crecida por la lluvia reciente, llegué sin problemas.

Cuando estuve allí me metí a la quebrada calato a descansar mi querido cuerpo y comer papayas y tomates pequeños que pude sacar de la chacrita. Hice algunos cambios además de arreglar la choza que estaba muy deteriorada. Al fin, hora de regresar. Pero no supe ni podría expresar el por qué ocurren las cosas. No pude salir de inmediato, así que recurrí al hecho de marcar árboles por los lugares que pasaba para no perderme. Pero así y todo pasaron más de cuatro horas y era evidente: Estaba extraviado y muy lejos de mi querida choza. Lo pude comprobar tristemente porque todo era igual, no había diferencias ni había espacio que pudiera reconocer. Iba a todos los lados posibles de salir pero no llegaba a ninguna parte…

El bosque se confabuló para cerrar mis ojos. Apenas lo supe, una fuerza grande de desesperación invadió mi ser y me hizo arrodillar al suelo y sólo así no pude perder mi ecuanimidad ni mi valor como persona. Pensé, oré y dije de nuevo, tendré que salir o me muero. ¡Tú me ayudas! Luego de los intentos fallidos pude hallar por fin, mi cobachita esperada. La divisé a unos 30 metros de la quebrada y corrí. Me faltaron piernas para llegar y luego me senté a la puerta agradeciendo por estar vivo sin pensar que me encontraría al levantar mi cabeza con una pantera de color gris claro que había pasado por mi lado a unos pocos metros pero no me había dado cuenta. Me levanté como un rayo a atacarla pues me habían enseñado que era la fiera o tú.

Si te huele a temor por el olor que despides eres hombre muerto. Así que gritando y blandiendo mi machete me dispuse a atacar pensando que era mi último día. No me hizo caso, gruñó y se fue como gato perseguido, es decir, con la cola levantada y paso apurado. No pude más y lloré sorprendido, rabiando, asustado también pues había acumulado mucha adrenalina sin darme cuenta. Intenté salir de nuevo pero no pude y decidí pasar la noche allí pensando que iba a dormir. No obstante, me equivoqué. Se colaron unos murciélagos (mashos) de todo tamaño por la abertura que había cerca del techo y me sentí atacado por ellos. Toda la noche con mi machete, los pude espantar porque es de esperar que te transmitan la rabia si te muerden. Pero se fueron en la madrugada.

Al fin salí de mi propia cárcel a eso de las seis de la mañana al primer intento y recordando todo lo vivido, recorrí el mismo camino enmarañado y después de algunas horas, llegué al pueblo sin ninguna novedad…

¡¡Urcututuuuuu…..urcurtutuuuuuuuuuuu….urcututuuuuuuuuuuu!!!!!!

¡Uyyyyyyyy que ocurrióóóóó! Se pasó el tiempo recordando esta anécdota. Me avisó el canto de la lechuza como si fuera un relojito. El sol empieza despuntar el día, me dice que nuestra vida comienza a escribirse de nuevo ¡Qué bonito amanecer anaranjado! ¡Qué calor se empieza a sentir! La gente empieza con sus afanes pese a que ya empieza a caminar desde las cuatro de la mañana. Volviendo a lo mío, volví al trabajo esperando mi relevo. Mis ojos se aclararon y la misma realidad me dijo que estaba allí con mis ronchas y pensamientos, que los cómplices para llegar a ésta historia fueron la soledad del monte, los olores, los animales nocturnos y el negro de la noche sin luna. Mientras, ¿Qué haremos hoy? Seguir respirando dándole gracias a Dios que todavía vives en esta tierra...

Roque Puell López Lavalle

Click: https://www.youtube.com/watch?v=zGYsq7cbVZA

viernes, 14 de octubre de 2022

Almanzor

 


Las callecitas eran todas empedradas y las casas estaban sumidas en la inactividad de sus pocos habitantes como si algo fuera importante. La indiferencia reinaba en el lugar que era lleno de verdor por la abundante flora pero incipiente fauna. Sin embargo, el paisaje estaba lleno de una triste soledad y se escuchaba solamente el soplar del viento que parecía perdido entre las montañas y entre las quebradas asonantes que las rodeaban. Pero así las cosas, entre las costumbres y las puestas de sol, fue como vivía Almanzor. Se respiraba un ambiente de sierra fría, melancólica, de fincas pequeñas que adornaba tan típico lugar...

Encontró en la lectura y en el arte de las pinturas, las cruentas batallas de su conciencia, las preguntas de su yo ensimismado por los colores vivos y en algunas ocasiones por las letras muertas de un viejo libro. Allí podría construir una vida fantasiosa si quisiera, luego en el ocaso, la acabarla dándole solamente un respiro para así, poderla terminar. Entonces, surgiría la rebeldía dentro de su interior pues creía que era el dueño de la vida porque en ella podría darle a sus personajes, un futuro cierto y prometedor sin menoscabo de un compromiso. Así pues, el pueblo podría haber sido muy solitario pero él lo miraba con desdén porque la quietud de un cementerio era su mejor inspiración y sin embargo, poco o nada le importaba.

Fue en esas circunstancias que en su prolífica imaginación, una espada resplandeciente bajó del cielo en una forma amenazante y él no teniendo alguna defensa, cayó de bruces. ¿Era una alucinación? ¿Estaría soñando despierto? Eso pensó y levantándose, arremetió con algo de temor y desconfianza, muy enojado gritó al firmamento con ira: “¿Acaso tienen ustedes una misión para mí y tengan que mandarme solamente una espada para liderar? Hubo entonces un silencio, una quietud insoportable y no hubo por supuesto una respuesta. 

Él no se inmutó, pero parecía que conocía el origen y el motivo de tremenda experiencia. Sin temor entonces, tomó la espada que estaba incrustada en la tierra y quiso alzarla hasta el cielo creyendo así tener una revelación inmediata ante su osadía, pero descubrió que una fuerza invisible llenaba su ser y oyó una voz profunda que le decía que debía de conquistar no el mundo de su alrededor, sino los propios abismos de su ser. descubrió entonces que era aquella desesperante soledad centrada en su ego de su propia existencia. Vio después que no eran los tesoros extraños que debía arrancar de otras tierras, no, ahora tenía que enarbolar sus propias banderas y pelear las batallas de su propios pensamientos que ahora lo angustiaban.

Al saber esto, no pudo sostener más la espada entre sus manos y se deslizó bruscamente  cayendo otra vez pero terminado boca arriba en un profundo sueño. Las horas parecían interminables, nada parecía cambiar pero anocheció rápidamente y sintiéndose el frío acostumbrado de aquellos lugares, la luna llena no tardó en reinar…

Al día siguiente, unos pastores lo encontraron y asustados fueron hacia él encontrándolo algo maltrecho. Lo reanimaron echándole agua fresca en su rostro y el escritor pudo sentir recién una tranquilidad que invadía su alma. Luego sonrió dirigiendo su mirada al cielo y los aldeanos se sorprendieron no creyendo lo que le acontecía. Almanzor en ese instante, fijó sus ojos al pueblo perdiendo su mirada entre los pinos y sin decir una sola palabra, murió sintiéndose feliz. Había conquistado a quien un día, lo abandonó…

Roque Puell López Lavalle

Click: https://www.youtube.com/watch?v=OGvd6Pmn5WA

miércoles, 12 de octubre de 2022

Vuelan las palabras

 

Las palabras dichas con desamor y con medias verdades, son las que causan decepción y tristeza por quien las dice y las sostiene. Por eso cuando aquella deslealtad se guarda en el tiempo saliendo luego a la luz, brota la desconfianza. ¿Quién es el más necio como el que quiere ser más justo? Porque es igual si defendiera a la verdad con tenacidad porque  tarde o temprano merecería la luz diáfana de un nuevo día, pero no necesariamente por sus palabras vanas y escondidas. ¿Quién es el más injusto como el que habla de sufrimiento cuando afirma que él no puede amar? Que la carencia de aquella virtud no se mella por la deshonra sino por un egoísmo disfrazado de piedad. Así el ego en su contentamiento, se gobierna él y de ese alimento engañoso, muchos viven felices.

¿Quién hablaría hoy de las vanas palabras recibidas con rencor? ¿Quién se quejaría ya del fruto del desamor? Nadie, porque cuando los agravios ahora no parecen terminar, hoy vienen los dizque moralistas de quienes no les importan el respeto y los valores, creyendo así tener el derecho y libertad de criticar a los demás. Si las acusaciones en el juicio, se le imputaran al verdadero culpable, bien hubiese motivos suficientes para condenarlo. ¿Por qué habría de ser perdonado? Pero si se trataran de esas culpas absurdas más cobardías sin ninguna base de razonamiento, la justicia se tornaría ciega y desequilibrada. 

Pero así las cosas, los pensamientos rectos y los corazones justos, parecieran ser inútiles. No existe cura para los demás sermones, ni existen libros para tales acciones. Lo que vale es la conciencia desligada de las cadenas injustas, de las tendenciosas mentiras y la actitud necia de los contendores. Lo que cuenta es la esencia misma del amor al ser humano sin pretextos ni excepciones. Pero si se pierde o se niega la realidad, ¿Quién la podría encontrar? Más la fe no se quebranta y solo espera, para bien o para mal. Lo que se siembra al fin, en las almas, una cosecha tendrá que brotar, un tallo habrá de nacer y alguna flor tendrá que prevalecer, sea en la vida de bondad o sea en sendero de la maldad. Tal vez ocurra en el más absoluto silencio o quizá lo veamos en en el bullicio, pero siempre habrá consecuencias, aquí mismo y en la eternidad...

Roque Puell López Lavalle


domingo, 2 de octubre de 2022

El Juez

 

Todos los edificios de la ciudad, tienen sus historias, sus anécdotas y sus cuitas. Ninguno escapa a los caprichos del destino, sean estos buenos, malos y de repente inolvidables. Yo vivía en uno de ellos, en la década de los setenta. Fue famoso porque se pensó en ese tiempo, que sería un Hotel de cinco estrellas en una Lima que cada día se urbanizaba más. Pero luego la idea se desvaneció por los continuos problemas familiares y la necedad de sus dueños que se formaron alrededor de ésta notable edificación.

En el quinto piso había un personaje que nos llamaba la atención. Era un hombre entrado en años, de buen porte, de tez muy blanca y andaba bien vestido. Era un letrado, Abogado en su juventud que terminó siendo Juez del Poder Judicial en el centro de la Capital. Pero, lo que era increíble, fue que tenía la costumbre de que todas las noches, se sentaba en una silla vieja para leer su periódico o cuánta literatura pusiera en sus manos en medio de un patio saliendo del ascensor. ¿Cuál era entonces lo extraño?

Pues, ¡Lo hacía en pijama y en pantuflas! Vestía con una pulcritud a carta cabal, si lo mirábamos de cuerpo entero. Era un atuendo de rayas azules y blancas algo desgastada, pero bien planchada con un polo blanco desabotonado que fungía de camiseta. A veces se presentaba con calzoncillos largos de lana, aquellos antiguos que algunos más jóvenes no podrían diferenciar. Sus pantuflas estaban bien cuidadas y lustradas como si fueran un par zapatos para salir a la calle y dar un paseo. Pocas veces lo vimos con su terno azul marino caminando a paso lento pero felizmente para él, había un ascensor. Su carácter era de un hombre culto, conversador y con algo de mal genio pues regañó a un amigo que cantaba con su guitarra a todo pulmón unos pisos más arriba de donde él vivía.

Muchos en el edificio se reían de él, lo creían loco pues estaba desde las nueve de la noche más o menos hasta pasada las once. Era una costumbre muy graciosa verlo todos los días en esa facha tan peculiar, pero él ni se inmutaba, con él no había ningún problema. Vivió anteriormente en el edificio Olchese del Centro Histórico de Lima e imagino q tendría miles de anécdotas que contar como alguna vez lo hizo, hablando del diario El Comercio y de los Miró Quesada. Luego nos contaba de la Lima que se fue, una ciudad donde se podía vivir en un icónico pasado. Mis amigos y yo teníamos opiniones divididas pero siempre terminábamos con una aprobación de simpatía al "Doctor" que era el vecino tan especial de todos nosotros.

Pero todo esto no duró mucho en realidad. Pasó un corto tiempo y el tremendo Juez no fue visto como todos los días. Estará enfermo –decíamos- otros especulaban diciendo que había salido de viaje o que tal vez lo visitaron los nietos. Eso no era probable pues se sabía que era un hombre solitario y que no vivía nadie con él. Hasta que luego de algunas semanas, un olor fétido salía de su departamento. Los vecinos llamaron a la policía y lo encontraron desnudo en su tina del baño con un serio corte en la garganta del que finamente se dedujo que este hombre se desangró y murió sin ninguna atención. 

Se comprobó después con las investigaciones, que no le robaron nada puesto que los que llegaron a entrar vieron que todo parecía estar en orden y no hubo tampoco, signos de violencia. Entonces, se tejió la versión de la venganza o la sospecha que alguien lo habría asesinado para querer robarle ¿Quién habría sido? Nunca se supo...

Roque Puell López Lavalle