En el secreto de su alcoba, entre las ventanas semi abiertas y el sigilo de la noche, Pablo se pudo imaginar relatando sus secretos a su inolvidable amiga. De esa manera fue que vinieron las vivencias y las experiencias tristes de su vida como si fueran dadas de alguna manera en complicidad. ¡Qué duda cabe! Solo que parecían juicios que esperaban una sentencia o una penitencia impuesta en las solitarias inmediaciones, de una sombría sacristía…
Así las cosas, tantas palabras se decía y tanto se cantó al cielo, que ella no tardó en aparecérsele y explicarle en ese momento lo que pensaba pero Mariela intuyendo a su amigo, le dijo primero:
“Abriste tu corazón y tocaste el mío. Por momentos imaginé y sentí que tus ojos humedecidos por la emoción y el desencanto, colmaban mi ser. Me lo decías todo, sin embargo, no pude comprender todos los motivos de tu despecho. ¡¡Cuán profundo es el sentimiento que te embarga!! ¿Cómo haría ahora para ayudarte? ¿Cómo estar tranquila para decirte siempre que no debieras de rendirte y no renunciar a tu legado? ¿Será tal vez que me dices la verdad?”
Pablo entonces, habló con voz entrecortada…
¡¡Cuánto hubiera querido yo que ayer
fueras tú la que me abrazaras!!
Y la respuesta de Mariela, no se dejó esperar:
“La distancia entre nosotros fue como el inmenso mar porque nos unió y nos separó pero no obstante, nos deja hoy concertar una verdad: Tú estabas a la par conmigo pero estábamos distantes por el altar de los imposibles, aquél oráculo que nunca existió más que en las fantasías de una superchería pueblerina, en un sueño para mí imposible de concretar pero así te fuiste pronto, sin darme ninguna justificación.”
Sus palabras fueron verdades, el cobarde fue él y así lo reconoció. En cambio, las palabras de ella eran un manojo de fortalezas adquiridas porque eran sus sentimientos fielmente aprendidos a punta de palos de repente. Pablo impertérrito la escuchaba y más aún, otras veces le leía el pensamiento con solo mirarla a los ojos. No eran las expresiones de una mujer henchida por la vanagloria sino las de una fémina llena de la experiencia del amor y de la que no quiere que triunfe la maldad escondida...
“Lo valiente se demuestra en la lucha”, - le dijo sin compasión…
Pero Félix atesoraba en su corazón hacer algo nuevo con su azarosa vida y respondió:
“Fieles son las heridas del que ama e inoportunos son los besos en la boca pero cuando encuentras la realidad no quieres que todo tu mundo sea echado en un canasto. Ya no soy el mismo y tú aclaraste mi existencia. Que si valgo tanto como me lo dijiste, agradezco al cielo, agradezco a tu ángel de la guarda que vino a llorar conmigo en un concierto de paz cuando yo ya no tenía fuerzas. Yo así lo hice y si hoy encontrara la llave de tu corazón, en siete candados la guardaría y le prendiera candelas para que mi fuego nunca se extinguiera por amor a ti…”
Los ojos de Mariela se abrieron sorprendidos y por fin, le dijo…
“Dicen que los amigos
son como las estrellas, que no los ves pero sabes que están allí. Yo nunca
encontré una constelación pero de repente contadas fueron las circunstancias
para buscarte y al fin te encontré en mis pensamientos y en mis oraciones,
porque sé que tú nunca te fuiste de mi lado pero ahora tengo que marcharme”...
Ella desapareció por encanto y lo dejó a Pablo sin palabras….
Reaccionando rápidamente, se dio cuenta que inexplicablemente todo era verdad. Allí estaba Mariela, aquella del bello semblante, la dama que su alma se identificaba con él, la del hablar sencillo y sincero que llegó a su corazón y que lo partió en dos. Se dio cuenta que la quería en secreto pero nunca se animó a decirle nada, quizá porque había sufrido mucho o tal vez que no quería recibir una respuesta negativa a su corazón. Y ahora que se fue, ¡Quién sabe si la volvería a ver otra vez!
Extrañamente, Félix nunca supo si era
cierto lo que estaba viviendo o era otra vez la creatividad de su imaginación. Tal
vez no se dio cuenta de la hora, ni de las horas avanzadas de la noche, solo
supo en ese momento, que le dio su confesión…
Roque Puell López
Lavalle