Como la garúa de un invierno frío, persistente y tediosa, pidió Gregorio una ayuda temeraria a gritos destemplados a la guardia virreinal. ¡¡Suelten a mi muchacho que él no fue el protagonista de semejante sacrilegio!! ¡¡El no fue a la escuela, él nunca pudo saber cómo se manipula un arma de semejante peligrosidad!!
Su compañera replicó: ¡¡Cómo puedes pedir clemencia para tu hijo cuando tú mismo lo iniciaste en los torcidos caminos y ahora quieres librarlo como si fuera un pobre peregrino!! ¿¡No es mejor que purgue adentro de la sombras y aprenda un oficio que malgastar su juventud en un inútil sacrificio!? ¡¿No creerás que se refugiará en un indeseable como tú que en borracheras y los sueños de la divina providencia verdad!?
Díjole Gregorio: ¡¿Cómo puedes replicarme a mí mujer osada, madre deslenguada, porque cuanto más te necesitaba el imberbe, te ibas a llorar a tu madre por los maltratos de tu amante?! ¡¿No era mejor que busques un poco de mesura, un poco de atención, en vez de encontrar pretextos para una inútil relación!?
Y el joven era llevado al cadalso entre los guardias de alguacil, vendados los ojos entre la turba que no comprendía el mensaje del por qué era llevado a semejante fin. Sin embargo, los padres desgañitaban sus voces y se acusaban mutuamente del dudoso crimen de su hijo. El desnaturalizado padre y la apesadumbrada madre nada podían hacer, la suerte estaba echada; Artemio vería en contados minutos, sus fechorías en la filuda hoja del verdugo.
Antes de leída la sentencia, presentadas fueron las acusaciones de un testigo falso. Pero la conciencia de aquél, no lo dejaba tranquilo y seguramnte era obvio que había una maliciosa acusación. Surgieron entonces las dudas de los magistrados pero no habían pruebas contundentes porque más valía la elocuencia falsa de los acusadores que las voces que gritaban libertad para el condenado.
Poco se buscó entonces, en las acciones que se habían tomado. ¿Cómo una frágil figura de un desdeñoso semblante pudo consumar semejante delito? ¿Cómo se puede reclamar justicia cuando no se ha probado la culpabilidad del acusado? ¿Cómo se puede alegar un derecho cuando más puede el orgullo y la mezquindad del acusador al no dar una prueba fehaciente de la verdad?
Así eran las épocas para dar justicia, mucha filosofía y pocas las esperanzas de vida. Sin más que decir, se procedía a cumplir la innoble ejecución. Cuando cesaron los tambores, irrumpió una voz en el escenario. Una confesión de voz audible a último momento de un testigo que se hizo escuchar por vez primera.
Las esperanzas parecían regresar, todo podría iniciarse pero lastimosamente ya había cundido entre todos el tiempo, ya era tarde para un semejante desenlace y esta vezno se pudo retroceder para romper las cadenas del ultraje. Luego de una pausa, cayó sin demorar entonces la cabeza, besó rápidamente el cesto y quedaron todos, el pueblo y los acusadores en silencio. No se dieron cuenta en ese momento, de la tremenda equivocación en que ellos se habían sumado...
Así es la humanidad, más de dos mil años tienen todavía esas malas costumbres. Se sigue eligiendo a los malhechores, creyendo más en los culpables y justificando siempre los derechos humanos del criminal no sin antes terminar, con la vida de los que injustamente son acusados...
Antes de leída la sentencia, presentadas fueron las acusaciones de un testigo falso. Pero la conciencia de aquél, no lo dejaba tranquilo y seguramnte era obvio que había una maliciosa acusación. Surgieron entonces las dudas de los magistrados pero no habían pruebas contundentes porque más valía la elocuencia falsa de los acusadores que las voces que gritaban libertad para el condenado.
Poco se buscó entonces, en las acciones que se habían tomado. ¿Cómo una frágil figura de un desdeñoso semblante pudo consumar semejante delito? ¿Cómo se puede reclamar justicia cuando no se ha probado la culpabilidad del acusado? ¿Cómo se puede alegar un derecho cuando más puede el orgullo y la mezquindad del acusador al no dar una prueba fehaciente de la verdad?
Así eran las épocas para dar justicia, mucha filosofía y pocas las esperanzas de vida. Sin más que decir, se procedía a cumplir la innoble ejecución. Cuando cesaron los tambores, irrumpió una voz en el escenario. Una confesión de voz audible a último momento de un testigo que se hizo escuchar por vez primera.
Las esperanzas parecían regresar, todo podría iniciarse pero lastimosamente ya había cundido entre todos el tiempo, ya era tarde para un semejante desenlace y esta vezno se pudo retroceder para romper las cadenas del ultraje. Luego de una pausa, cayó sin demorar entonces la cabeza, besó rápidamente el cesto y quedaron todos, el pueblo y los acusadores en silencio. No se dieron cuenta en ese momento, de la tremenda equivocación en que ellos se habían sumado...
Así es la humanidad, más de dos mil años tienen todavía esas malas costumbres. Se sigue eligiendo a los malhechores, creyendo más en los culpables y justificando siempre los derechos humanos del criminal no sin antes terminar, con la vida de los que injustamente son acusados...
Roque Puell López Lavalle