En el contiguo bosque cerca del pueblo, el de las enormes ceibas y de los verdosos robles, yo extrañaba verte pronto en algún momento. Iba cargado con mi mochila caminando por los estrechos senderos y escuchando el cantar de las aves. Desde la fresca mañana hasta el atardecer, la naturaleza no dejaba de expresarse y aun en la tormenta que se avecinaba, también parecía sentirse el murmullo de las fieras en los afanes de buscar algún refugio y de esa manera guarecerse del clima que se avecinaba. Era excitante vivirlo pero realmente no tuve tanto cuidado porque mi anhelo era encontrarte tarde o temprano.
Me dijeron los baquianos, que te hallaría muerta de
miedo porque habías huido de la vida de algún encierro involuntario. Creo que
tus padres querían que te quedes en tu hacienda
en una suerte de ayuda en la crianza de los animales. Imaginé que de repente venías
de un pequeño claustro donde fuiste a confesarte, quizás de algunas ideas o de momentos. Tal vez una utopía de versos en el calendario o una serie de dogmas expuestos, quizás engendradas como una verdad
expedita entre los gallos y la medianoche. No lo sé, no me lo contaste. ¡Enhorabuena
por tus vivencias! Pero ahora no lo quiero saber.
Así las cosas, tú ya estabas agobiada como yo, tantas
memorias y tantos desenlaces. Mira que acaba de caer un rayo y él prendió sin
demora el cielo con su luz intensa. No
obstante, aquél portento no pudo resistirse a su fuerza que aún conservaba y no
pudo usarla más por tus hermosos ojos que me enseñaban entonces, un profundo
misterio.
Arrebatado entonces el espacio azulado, hizo que
suenen fuertemente los truenos sin ningún cuidado de quiénes vivíamos todavía
su fulgor. Quiso acabar con todos nosotros pero no pensó en mi razón y menos tampoco en
tu alma asustada. Así intentó infundirnos miedo uniéndose con la montaña para
seguir con su extraño juego. Tembló entonces la tierra con el arrogante pero su
estruendo murió con el momento. No quedaron ni sus deseos de respirarnos
amargura ni su despojo para querer olvidarlos, ni siquiera vimos sus luces que
ya agonizaban porque se habían rendido todas ellas, a tu bella
figura.
Dime entonces si ya te diste cuenta que te amo, dime
ahora si crees que ya eres mi amada para ir por ti en el lejano verde oscuro de
mis mañanas porque ahora formas parte de mí, en mis ilusiones y en mis pesares,
por tu ausencia. Quiero volar como el águila y arrancarte de tu tierra si es
necesario. Dímelo pronto para estar atento y estar listo, aun en el correr de
los riachuelos por el camino de los pinos, en la soledad de los cauces del río,
a la luz de mis ojos o en el amanecer para verte desnuda, a la luz del aura…
Roque Puell López Lavalle