Verano de 1968, el parque Fátima en Chorrillos amanecía sin novedad como un día cualquiera. Mis vacaciones de colegio en aquél tiempo se daban en casa durmiendo hasta muy adelantado el día, viendo los dibujos de la tele (los antiguos) y las peleas de box del canal preferido con tu prima que vivía contigo. Venía la tarde, era el partido obligado de fútbol, fui descalzo y con pelota a medio inflar en el gramado muy reseco. Me estaba formando entre los muchachos mayores, ellos de 18, yo de 11 en el llamado "fútbol macho" de mi niñez.
Al final del juego con mis compañeros, recordé que días antes, había visto a los cadetes de la Escuela Militar bajar por los cerros circundantes a la Urbanización en ropa de campaña. Sabía que en el morro solar existía también el Soldado Desconocido y ello me llenó de curiosidad. Y tal como vi a los cadetes, me animé a hacer lo mismo no importando nada porque después de todo, era todo un desafío. Ninguno de mi amiguitos quiso ir conmigo, no sé por qué. Yendo entonces por la bajada de Agua Dulce y el Malecón, llegué muy pronto a las faldas del morro.
Opté por subir por el medio del terral ignorando el camino que de todas formas no lo quise encontrar. En pocos minutos, estuve cubierto entre muchas piedras y mucha incomodidad pero como no podía dar marcha atrás, tuve que seguir entre palabras profanas hasta donde había llegado mi “valiente” irresponsabilidad. Así, entre miedos y terquedad, bañado en tierra, coroné mi hazaña trepando el pequeño muro circundante para llegar a la explanada donde quedaba el Obelisco. No había nadie pero mi corazón latía fuertemente emocionado, yo me sentía feliz de haber cumplido lo que tanto anhelé en ese momento...
Reinaba un silencio sepulcral, era muy misterioso el lugar, parecía estar en un camposanto que ciertamente lo era pero con el viento que ululaba peculiarmente me sentí intrigado. Corrí luego al Planetario que estaba algo cerca de allí. Era un edificio muy viejo, pero nada comparable a la realidad que estaba viviendo frente al monumento. Estaba pensativo y me preguntaba lo que sucedió allí imaginando en la cumbre a los soldados peleando y a los caballos desbocados sin contar los estruendosos ruidos de la artillería. Bajé sin saber el tiempo que empleé ni el cómo diablos hice para no desembarrancar.
Pero pasaron los años de aquella oportunidad porque regresé mucho mayor con una pareja centroamericana para hablarles de nuestra historia y lo que significaba para nosotros los peruanos este lugar tan lleno de acontecimientos. Pero vino a mi ser otra vez la emoción indescriptible que viví a los 11 años y aunque todo estaba casi cambiado, el Obelisco y el Soldado seguían allí que fueron los mudos testigos de mi vivencia. Me asombré por los sentimientos encontrados y me di cuenta lo alto que pude subir en esa oportunidad y de no morir en el intento. Sin embargo, mi conciencia me había dicho fuertemente: “Lo lograste”.
Pero pasaron los años de aquella oportunidad porque regresé mucho mayor con una pareja centroamericana para hablarles de nuestra historia y lo que significaba para nosotros los peruanos este lugar tan lleno de acontecimientos. Pero vino a mi ser otra vez la emoción indescriptible que viví a los 11 años y aunque todo estaba casi cambiado, el Obelisco y el Soldado seguían allí que fueron los mudos testigos de mi vivencia. Me asombré por los sentimientos encontrados y me di cuenta lo alto que pude subir en esa oportunidad y de no morir en el intento. Sin embargo, mi conciencia me había dicho fuertemente: “Lo lograste”.
No acaba la historia. Para ese tiempo, estaba casado y tenía a mis hijas. Lía la mayor que poco antes de tener un año, era movediza y traviesa como su hermana Elizabeth. Esa vez, después de un rato de buscar a Lía, la encuentro subiendo por las escaleras poniendo sus manitos adelante, como si estuviera gateando y le dije en voz alta preocupado, ¡¡¡Hijaaaaaa!!! Ella volteando, me sonrío de oreja a oreja terminando de subir la última grada que daba al segundo piso esperando seguramente que yo la cargue. Todavía la escena la recuerdo muy bien.
Inmediatamente me acordé de mi pasado, volví al morro solar experimentando la soledad y mis emociones de entonces. ¡Fue desconcertante! Para que mi hija me dijera hoy con su risita burlona: ¡¡Te gané papá!! ¡¡Más de diez años antes que túúúú!! Era mucho de pensar en aquella oportunidad... Pensé, mejor será no seguir... así que subiendo rápidamente muy contento, me la comí a besos…
Roque Puell López Lavalle