miércoles, 18 de diciembre de 2019

Hazaña

Verano de 1968, el parque Fátima en Chorrillos amanecía sin novedad como un día cualquiera. Mis vacaciones de colegio en aquél tiempo se daban en casa durmiendo hasta muy adelantado el día, viendo los dibujos de la tele (los antiguos) y las peleas de box del canal preferido con tu prima que vivía contigo. Venía la tarde, era el partido obligado de fútbol, fui descalzo y con pelota a medio inflar en el gramado muy reseco. Me estaba formando entre los muchachos mayores, ellos de 18, yo de 11 en el llamado "fútbol macho" de mi niñez. 

Al final del juego con mis compañeros, recordé que días antes, había visto a los cadetes de la Escuela Militar bajar por los cerros circundantes a la Urbanización en ropa de campaña. Sabía que en el morro solar existía también el Soldado Desconocido y ello me llenó de curiosidad. Y tal como vi a los cadetes, me animé a hacer lo mismo no importando nada porque después de todo, era todo un desafío. Ninguno de mi amiguitos quiso ir conmigo, no sé por qué. Yendo entonces por la bajada de Agua Dulce y el Malecón, llegué muy pronto a las faldas del morro.

Opté por subir por el medio del terral ignorando el camino que de todas formas no lo quise encontrar. En pocos minutos, estuve cubierto entre muchas piedras y mucha incomodidad pero como no podía dar marcha atrás, tuve que seguir entre palabras profanas hasta donde había llegado mi “valiente” irresponsabilidad. Así, entre miedos y terquedad, bañado en tierra, coroné mi hazaña trepando el pequeño muro circundante para llegar a la explanada donde quedaba el Obelisco. No había nadie pero mi corazón latía fuertemente emocionado, yo me sentía feliz de haber cumplido lo que tanto anhelé en ese momento...

Reinaba un silencio sepulcral, era muy misterioso el lugar, parecía estar en un camposanto que ciertamente lo era pero con el viento que ululaba peculiarmente me sentí intrigado. Corrí luego al Planetario que estaba algo cerca de allí. Era un edificio muy viejo, pero nada comparable a la realidad que estaba viviendo frente al monumento. Estaba pensativo y me preguntaba lo que sucedió allí imaginando en la cumbre a los soldados peleando y a los caballos desbocados sin contar los estruendosos ruidos de la artillería. Bajé sin saber el tiempo que empleé ni el cómo diablos hice para no desembarrancar. 

Pero pasaron los años de aquella oportunidad porque regresé mucho mayor con una pareja centroamericana para hablarles de nuestra historia y lo que significaba para nosotros los peruanos este lugar tan lleno de acontecimientos. Pero vino a mi ser  otra vez la emoción indescriptible que viví a los 11 años y aunque todo estaba casi cambiado, el Obelisco y el Soldado seguían allí que fueron los mudos testigos de mi vivencia. Me asombré por los sentimientos encontrados y me di cuenta lo alto que pude subir en esa oportunidad y de no morir en el intento. Sin embargo, mi conciencia me había dicho fuertemente: “Lo lograste”.

No acaba la historia. Para ese tiempo, estaba casado y tenía a mis hijas. Lía la mayor que poco antes de tener un año, era movediza y traviesa como su hermana Elizabeth. Esa vez, después de un rato de buscar a Lía, la encuentro subiendo por las escaleras poniendo sus manitos adelante, como si estuviera gateando y le dije en voz alta preocupado, ¡¡¡Hijaaaaaa!!! Ella volteando, me sonrío de oreja a oreja terminando de subir la última grada que daba al segundo piso esperando seguramente que yo la cargue. Todavía la escena la recuerdo muy bien.

Inmediatamente me acordé de mi pasado, volví al morro solar experimentando la soledad y mis emociones de entonces. ¡Fue desconcertante! Para que mi hija me dijera hoy con su risita burlona: ¡¡Te gané papá!! ¡¡Más de diez años antes que túúúú!! Era mucho de pensar en aquella oportunidad... Pensé, mejor será no seguir... así que subiendo rápidamente muy contento, me la comí a besos…

Roque Puell López Lavalle





















martes, 10 de diciembre de 2019

La ilusión

Al portón de mi antigua casa entre las callejuelas de mi pueblo, escuché por los vecinos que había llegado a nuestra plaza mayor, una dama y su madre. Dos mujeres que hacía mucho tiempo marcharon para la capital en busca de mejores oportunidades de estudio y trabajo.

Yo conocí a aquella señorita desde que era una niña porque era amigo de sus hermanos mayores y ella era casi de las más pequeñas. Apenas la pude ver, la encontré una mujer muy atractiva y pronto me di con la sorpresa que aun no se había casado. Nuestro encuentro fue casual a los pocos días de su llegada y tendríamos seguramente mucho que conversar. Yo era entre todos, uno de los más influyentes en la ganadería de mi terruño porque había heredado la finca de mi padre dedicándome de lleno a las labores agropecuarias. ¡Qué tremenda responsabilidad!

Sin embargo, la vez que fui a su casa, nos pusimos a recordar los tiempos pasados y el desarrollo que alcanzó nuestro pequeño villorrio por las diferentes inversiones, cuidados y el trabajo de todos sus habitantes. Pero sin que me de cuenta, me quedé prendado de su personalidad tan especial al concordar nuestras opinionres y proyectos en los años que vendrían teniendo en cuenta experiencias que podrían darse en un futuro no muy lejano. Me di cuenta que de alguna manera yo también no le fui indiferente y nació en mí una bella ilusión. Quedé simplemente boquiabierto cuando lo descubrí pero ella no pareció encontrar las palabras adecuadas para expresar un verdadero interés. Al menos, eso creía.

Pensé entonces sin reparos, que había encontrado a la mujer de mis sueños porque la veía sola y hermosa. Eran bellos los ojos que la adornaban y se encontraba tan frágil pero un tanto discreta, como si fuera la fragancia de las rosas presas en una canastilla. Cuando la hallé de nuevo, no me pude controlar, me acerqué a su rostro y dejándome llevar, quise darle un beso. Ella asustada, sin decir palabra inmediatamente se fue corriendo a sus habitaciones al adivinar mis intenciones desapareciendo de mi vista rápidamente. El más sorprendido era yo y tal actitud me dejó sin palabras ¿Qué hice? ¿Qué es lo que realmente me ocurrió? ¿Sería que estás enamorado de ella y la amas realmente? - me pregunté. Asentí con la cabeza con la sinceridad de un niño pero por dentro me sentía roto y compungido...

Creí que ella no me vería más por mi atrevimiento pero pasaron los días y me mandó llamar a su residencia. No sé por qué me dio la oportunidad de hablar con ella nuevamente pero fui bastante preocupado. Avergonzado aquella tarde, fui y el ama de llaves me hizo pasar al jardín recibiéndome ella con cierta frialdad pero con una mirada tranquila y comprensiva. Estando en el sillón bajo la atenta mirada que disimulaba su madre, tomé la iniciativa y la llevé a que escuchara mis disculpas y con miedo esperé que comprendiera mi corazón. Luego entonces traté vanamente de dibujar en ella una sonrisa pero nada... Quise arrancar de mí un te quiero pero no me fue dado este deseo por la emoción que me embargaba. Ella me interrumpió y no se inmutó de tamaña revelación limitándose a escucharme. Finalmente me contestó que no y que solo éramos amigos. Dicho esto se marchó a sus quehaceres, dejándome solo y mudo. Y a pesar de la mirada inquisidora de la madre, no me quedó otra idea que retirarme...

Estaba indeciso no sabiendo qué hacer y terco como era, busqué entre mis amigos a un consejero para que me dijera si ella al final de todo, me podía querer. Vinieron de aquellos que nunca faltan, pero hubo algunos verdaderos y sinceros que me pusieron en claro mis intenciones y la vida de ella, por supuesto. Supe de buena fuente que yo le había llamado la atención por mi vehemencia y mis buenos modales pero aunque hubo un cierto eco en mis palabras, lo nuestro no podía ser. No me dijo que estaba de novia en la capital y solo vino al pueblo a arreglar la documentación concerniente a su próxima boda. A la sazón de su llegada, casualmente me encontró a mí. Y aunque me dio la oportunidad de hablar con ella, fue por el recuerdo de su niñez y la amistad que yo tenía con su fallecido padre.

¡Qué gran tristeza! Me di cuenta que todo lo vivido para mi fue un soñar despierto queriendo pretender buscar las raíces más profundas de su alma en un amor apasionado para hacerla feliz. Pero fue imposible porque la luz de una vela encendida en mi interior, de pronto se convirtió solamente en un pábilo que humea, un simple deseo muy grande pero carente de romanticismo. ¡Qué locura la mía! La había sentido conmigo en el momento que hablé con ella, pero me resultó tan profunda como la sima de una montaña y tan lejana como un deseo de tenerla en mi pecho. Este anhelo me llevó a fantasías, a luces y a sombras, pero quizá no me di cuenta, que ella jamás podría mirarme...

Roque Puell López Lavalle