En un bosque no muy conocido,
un labriego de la comarca que venía de cortar leña, encontró a su regreso, una
mariposa muy especial. Era una clepsidra de colores muy vistosos y brillantes, posada en
la ramita de un arbusto cercano. Sin embargo, quedó boquiabierto cuando la vio porque
se dio cuenta que una de sus alas, estaba seriamente dañada y en aquella
circunstancia, ella estaría impedida de volar si esta deseara salir de allí.
Movido entonces por el amor
que le embargó en ese momento, se acercó a ella y le preguntó qué es lo que le
había sucedido. Pero la malcriada, no le contestó nada y
se limitó solamente a observarlo desconfiada por si es que este no tuviera
malas intenciones. Pero él, cauto e inteligente, se acercó lenta y cuidadosamente, luego la tomó en una de sus
manos. Con la diestra, la curó delicadamente sin decirle una sola palabra.
Ella sorprendida, aceptó a regañadientes hablar con él pero le decía temerosa que
la deje, que no se preocupe, que se vaya, porque según su sentir, no requería
de nada. El forastero solo atinó a mirarla y no le tomó importancia a sus
palabras.
Luego de un rato, la miró de
reojo y pronto se dio cuenta que lo que ella le había dicho, realmente no era la verdad
así que de esa manera, para no aburrirla, se animó a contarle una historia no
sin antes preguntarle educadamente sobre lo que haría. Recién entonces, la mariposa recapacitó y decidió entonces, a escucharlo.
Él empezó su relato de esta manera:
"Cuando era pequeño estaba jugando
en el comedor contiguo a la cocina donde mi madre estaba haciendo los
alimentos. Al verme tan afanado, ella me dijo: -- “No juegues con los fósforos porque
te vas a quemar las manos y después te vas a estar quejando...”-- Yo no le di
importancia en ese momento y seguí en lo mío. En un descuido, sin darme cuenta,
me quemé toda la mano. Me mordí los labios de dolor y le dije a ella muy
orondo, fingiendo, que no se moleste en curarme porque mi mano no me ardía en
lo absoluto. Entonces, sonriendo me dijo: -- “Aunque veo que es verdad que no
tienes heridas en las manos, tus ojitos no me engañan, porque aunque tú sonrías
muy alegremente haciéndote el machito, yo te conozco y sé que en el fondo de tu
mirada hay una lucecita muy brillante que ahora está triste llamándome con
urgencia…" --
Y al terminar la historia, el campesino pudo terminar también la curación emprendida. Entonces, la mariposa al
verse descubierta y libre, se quedó muda pero recién pudo entender que este hombre, sabía
lo que estaba haciendo. Aun así que ella no le dijera la verdad, en cualquier
momento volaría muy lejos. Pensó que siempre habría alguien que la cuidara y que la comprendería en cualquier situación. Azorada entonces, sin
mediar palabra, lo miró indiferente y apuró sus alas rápidamente sin volver a hablarle…
Y aquel personaje, quedó
triste al comienzo de todo pero volvió a sonreír otra vez satisfecho de haber ayudado a
la bella mariposa que ni siquiera le agradeció por su cuidado y porque su prisa
era más importante que el reconocer la solución de su propia existencia. Resignado, solo la miró volar hasta perderla de vista, meneó su cabeza
mirando al cielo y esperó que quizá algún día, ella decidiera regresar y
quedarse con él…
Así también somos los seres humanos: No sabemos agradecer ni queremos darnos cuenta muchas veces de quién nos ama de verdad sin reconocer por orgullo, lo mejor que aquella persona nos pudo ofrecer y como la mariposa, huimos y ofendemos, sin mirar atrás...
Roque Puell López Lavalle
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