martes, 22 de marzo de 2022

Todavía no ha llegado mi muerte

 

Gracias Dios por la soledad que me acompaña. Hago memoria de ti, al experimentarla. Ahora vislumbro mi futuro, puedo concebir mi destierro porque siento que ella me embarga y me hace ver sin reparos lo que me espera. Y eso para mí, no tiene precio. Encuentro al silencio que es mi cómplice, que ahora no necesita una invitación. Todo alrededor de mí se encuentra igual y sigue existiendo. Él solo es la visita infaltable que acompaña a la inspiración de mis palabras o el lienzo de color, que pinta mi conciencia. Él se queda en mis días de luz cuando amanece y permanece fiel en mis momentos del frío invierno. ¿Acaso me extendió una mano el averno para no darme cuenta?

En los bosques oscuros, en las noches de luna llena, se escucha la calma. Y en el espíritu del hombre surge la inconformidad de la vida misma porque se rebela para dar paso al por qué a veces la soledad es un sinónimo de libertad. Descubrimos que ella no nos dice que estamos solos, sino vacíos para luego encontrarnos con nosotros mismos cuando así, no hallamos respuestas.

Entonces, en las huellas profundas que deja el viento, en las emociones inconclusas de un sueño que no se cristalizó, la soledad nos encuentra para para recordarnos que no podemos vivir sin su existencia, porque tarde o temprano la desazón nos llega. Y quizá aparezca la oportunidad esperada entre las brumas o si regresa una vez más ¿Qué nos diría ahora la mal agradecida? No lo sé, porque es todo tan incierto, tan sombrío que un día me dijo Dios: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.

Por tanto, en la ausencia más indiferente, los sentimientos podrían manifestar un desvarío convertido quizá, en una plácida melancolía… ¿Qué querías? Soy un ser humano... De tal manera, recordaré a quien un día amé, pero se machó sin prisa y a escondidas. Más yo fui el que preferí seguir con la costumbre de sonreír siempre al despertar finalmente de mi letargo. Después exclamaré alegre a voz en cuello para que todo el mundo me escuche: “Buen día soledad, todavía no ha llegado mi muerte...”.

Roque Puell López Lavalle