martes, 17 de mayo de 2016

El tunante


Tan igual como un villano, vino a mi casa un don nadie, un sin techo triste que de oídas había sabido que yo era el dueño de un departamentito con quien debía conversar. Al terminar aquella tarde se presentó solícito y un tanto descarado, con un discurso formal:

“Necesito un jardín de entrada, un sitio de esparcimiento que quizá el suyo sea un bonito lugar. Mis hijos y familia no tienen descanso, ni su cabeza donde descansar. Al contrato me someto, dígame Ud. dónde hay que estampar la rúbrica, el adelanto se lo entrego de inmediato pero hoy tenemos que arrendar”.

La ingenuidad te acumula las dudas cuando no hay sabiduría, la inexperiencia te premia cuando menos piensas y lo mejor en ese momento es tu cultura convertida en nada y así aceptar a la necedad. Si hubiese sabido las mañas del hombre mentiroso, por nada hubiera aceptado pero me ganó su pinta de tranquilón y su teatro. Firmamos a un contrato de buenos augurios para las partes, prometió las mil maravillas sin fallar, pero nada más falso se vio en los meses siguientes, cuando no tardó en sus obligaciones infringir.

El engreído no quiso salir de mi casa cuando se le enfrentó a lo que debía. Siempre respondió con una queja, con un no y con algo menos que un juramento. “No tienes que cumplir lo que prometes si tampoco lo han hecho contigo” me explicó sin más trámite el Abogado. Armas al ristre decidí entonces, poner al susodicho a derecho. Ya no tenía dudas. Entre los papeles y las firmas del incauto, se le venía pronto la noche, al pobre ignorante.

Busqué ayuda entre los amigos, llamé a los de cerca y a los que creí que eran mis hermanos. Pero los encontré finalmente timoratos, faltos de palabra y siempre con la ingratitud por respuesta. Pero la perseverancia al fin te sonríe y hallé al fin a dos que tenían sentido común, una vida fugaz y un camino entre ellos tan dispar. Y así, uno por la ventana y el otro por el tejado, cumplieron su tarea. La salida feliz de sus cacharros puso fin a la obra terminada.

Aunque su venganza se vio reflejada luego en un inoportuno encuentro, el acusado cayó en desgracia, en no recuperar jamás su dizque derecho, porque el condenado que no tiene la razón, tampoco tiene esperanza. Pero el hombre que es noble es libre aunque sea un esclavo, pero aquél que es malo, es un esclavo de sus pasiones aunque sea libre...

Roque Puell López Lavalle