Subí al desván de mi casa
aquella tarde, algo me atrajo a él y hacia un deteriorado baúl abandonado en la
esquina del tejado. Las telarañas y el polvo pronto delataron el descuido y el
olvido que vendieron al pobre armatoste. No sólo por el cúmulo de cosas viejas
en su interior sino por las ideas de antaño y por los sentimientos encontrados
que se situaban diseminados pero que
se presentaron como la conciencia de muchos recuerdos truncos que no volverán.
La fatalidad confundida con la indiferencia hicieron su parte, la memoria
olvidó la forma de mis vivencias y mi cuerpo ajado por los años confirmaba que
quizá yo no estaba vivo sino que iría camino a la muerte porque solo soy un
peregrino y mi patria ya no se encontrará aquí.
Sin embargo, hurgué entre
las fotos amarillentas, rotas y viejas así como los manuscritos sin importancia,
tan antiguos como las postales de hilo y huevo que fueron fabricadas a
comienzos de un siglo que ya nadie recuerda. Entonces, encontré una carta de
ésa época, mis manos temblorosas desdoblaron poco a poco la hoja sin sobre y
empecé a leerla, ¿Era mía? Sí, pero si era para ti por qué la tenía que tener
yo, no lo sé, no lo recuerdo, pero vino a mi memoria ahora frágil, que hice una
copia cuando joven para saber que necesitaba recordar cómo fue la última manera
de amarte o quizá qué pasó en el último instante de tu temprana despedida.
Leyéndola, recordaba aquél
día frente al mar donde me dijiste que me amabas. Yo nervioso, no supe que
decir pero me miraste con tus bellos ojos y esquivé tu mirada. Tomé valor, cogí
tu mano y me acerqué a ti. Estábamos solos y nuestras miradas despertaron al
amor. Descubrí entonces que también te amaba y sin decir palabra, te vi asustada. Solo me
sonreíste pero no te marchaste y presurosa quisiste decirme algo, más no pudiste.
Quedaste así en una sonrosada vergüenza, no podías creerlo, estabas frente a mí
y te enfrentabas a lo que siempre habrías querido. Yo no pude retroceder porque
en mi pasado quedaban mil preguntas y muchas dudas, más te besé tierno y apasionado. ¿No lo recuerdas? Tú me correspondiste igual, con no poca pasión
y alterada como te encontrabas, solo musitaste frases incomprensibles. Era tu
gran amor pero extrañamente estábamos en esa lejana y fría playa, alejados del
mundo que nos circundaba...
El silencio entre los nos
hizo recordar lo que hicimos y la música de aquél violín lejano que se
escuchaba, parecía envolvernos en un hermoso frenesí. Las aves graznaban su
acostumbrado chirrido y pronto veríamos juntos el atardecer. Aquellos colores
fueron testigos de cómo dos seres, pudieron encontrarse aun cuando jóvenes jamás
se habían visto. ¿Por qué tardaste tanto? ¡Era un solo beso apasionado y eso
significaba mucho para nosotros! ¡Quién creyera tanta dulzura! El sol se
ocultaban a nuestros ojos, ya era tarde y pronto anochecería… ¡Qué temeridad!
Te pregunté muchas cosas pero tú asentiste con la cabeza lo que tus motivos no
supieron confirmar. Yo comprendí entonces que ese momento fue más elocuente que
las palabras, pero que en algunas ocasiones, también podría convertirse enun miserable traidor...
Volvíamos así, presurosos por la orilla. La espuma mojó nuestros pies y la brisa se puso furiosa, el sol ya no se veía, apenas una tenue línea naranja denotaba su tímida existencia. Presentí que habría un final y emocionado te quise dar mi último beso porque el mar ya rugía contra nosotros y la oscuridad empezaba a reinar. De pronto, tu cuerpo frágil se quebró entre mis brazos y una luz de muerte iluminó mi mente para no poder reaccionar. Habías muerto súbitamente y no volviste a mis ojos desesperados ni a mi voz temblorosa porque ya no podías verme por más que quise hacerte reaccionar. Te fuiste como se va un suspiro, desapareciste ante mis ojos convirtiéndote en un fantasma. La fatalidad entonces, se imponía y ni siquiera tu olor a mujer pude conservar. Aquella confusión, me hizo llorar amargamente y luego me di cuenta que mentiste para yo quedarme con mi soledad...
¡Oh, súbita sorpresa! Sin imaginarlo, desperté de forma inesperada pero sobresaltado, exhausto, sudando copiosamente y pálido con las huellas magras en mi rostro por un gran esfuerzo. Me di cuenta que me hallaba otra vez en el desván ante el baúl polvoriento. Parecía que fue una eternidad y solo fueron unas horas que se convirtieron en una gran pesadilla. ¡Qué extraña imaginación por leer un papel tan antiguo y sin un vocativo que nunca contesté!
Quizá fue una realidad de mi vida solitaria porque yo
también morí por dentro cuando partiste a la eternidad. Pero a pesar de mis errores, tuve la
esperanza de un esperado perdón, aquél que siempre evitó el querer saludarme….
Roque Puell López Lavalle