miércoles, 27 de febrero de 2019

La abuela


La sonrisa de sus labios mostró ironía al pie del cadalso. Pero también fue testigo de los ojos impávidos de los hombres que igual contemplaron el cuerpo inerte y la ropa hecha jirones por los temibles sucesos acaecidos hacía poco tiempo en el pueblo. Nadie le rendía honores, solo había recuerdos de quienes lo conocieron, acaso de los que alguna vez abrazaron sus ideas, sus virtudes y sus no muchos fracasos.

Sin embargo, ellos guardaron el secreto a tiempo y no cabía exaltar a aquél timorato. La muerte tuvo que hacerse presente porque tenía que cumplir su cometido. No importaban las medallas que habría recibido en batallas, menos aún en los avatares de la historia o en la pluma de algún compilador vendido. Era menester que se olvidaran todos de su memoria y de su rastro por la vida, igual suerte corrió  su innato origen concebido así por las circunstancias.

Más de uno lo tenía dentro de si, si no eran los reyes, era el pueblo, el extranjero, el fiero soldado y hasta el  mismo artesano. Todos lo sentían suyo en los momentos menos esperados y las lágrimas rodaban en las mejillas de aquellos que escuchaban el reciente himno de la banda de guerra del batallón. Pero había una diferencia, ahora era más desafiante porque no se conformaba con solamente homenajes...

En casa, la abuela siempre decía que conocía al finado. No era por los años que tenía ni mucho menos pero argüía que la gente mucho se derramaba en llanto por alguien que era parte de su vida y que no se daban cuenta que querían olvidarlo con mucha fanfarria a alguien que en todo instante podía salir de las sombras y que no era necesaria tanta fiesta. Recuerdo que yo le pregunté hace mucho, todavía un niño, a ella acerca de ese personaje que en tantas reuniones aún de familia lo habría conocido. Quizá cuando crecí y cuando serví luego en el ejército tampoco no me había percatado. 

Ella sonrío y me dijo: 

“¿Todavía no lo conoces? ¿No te has dado cuenta que de pequeño te acompañó? - Me di cuenta que ella estaba realmente sorprendida...

- No abuela, - contesté - 

– Ella se puso seria y agregó:

“Por las maravillas que la naturaleza te ha hecho ver y por los logros que el hombre ha podido conquistar, siempre hubo un origen antes que él viviera. Pero, el hombre no lo reconoció y apareció a cada instante pero en cada oportunidad reveló su nombre, solo que nunca te lo dirá y cuando sientas una opresión en el pecho y tus ojos miren por sobre el hombro de cualquiera, ahí sabrás de quien te hablo...”

- ¿De quién me hablas? – pregunté insensato y confuso...

Ella frunció el ceño, miró a los lados y me habló queda al oído en voz entrecortada:

- Del orgullo...


Roque Puell López Lavalle