sábado, 17 de abril de 2021

El romance de Don Ñublo

No se conocía en los relatos de la caballería medieval, las historias de los valientes de brillante armadura acerca de las incursiones en los viejos castillos y en las aventuras tan increíbles como las de los dragones que escupían fuego o los torneos de los atrevidos o las historias de las princesas arrancadas de los brazos de un farsante. En aquél tiempo se cumplía la prueba del amor con hechos de violencia, arriesgando la vida y el rescate de una dama por un caballero andante.

Era hidalgo su vestido, de elegante color azulado. De un temperamento ardiente, de una prestancia y de un carácter forjado en la decencia. Era también muy prolijo y de impactante figura. No era el hombre taciturno y de poca valentía, porque demostró a todas luces que nunca nadie lo había vencido. Levantó su estandarte dejando honor a su apellido, venía de casi sufrir la muerte pero revivió su enérgica osadía para que otros no crean que él quedó postrado en un final desenlace.

Muchos fueron los bosques, los caminos y las pruebas que venció en pos de su reconquista. Palmo a palmo cruzando aún los pantanos y los ríos, ­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­no se halló en él un espíritu de desaliento. Se iba raudo a tomar a su amada al galope de su brioso y bello caballo blanco. Iba convencido de su noble ideal y por eso blandía su espada al aire y daba esperanzas a todos, con tal de recobrar a la mujer de sus amores.

Pero Dios no lo quiso ayudar. Después de tantas peripecias, él halló por fin a su adorada pero ella se encontraba vaga, perdida y sin reaccionar porque fue lamentable que el nombre de su caballero, ya no lo podía recordar. Estaba enferma, su memoria estaba realmente perdida. Entonces, sin más miramientos al encontrarla así en ese momento y luego de meditar, la ofreció en sacrificio incruento para que Dios la cubra de su poderosa sanidad...

Y mientras sucedía el tal milagro apeó su caballo y se fue a la mar. Desesperado, con el rostro perdido no paró de cabalgar hasta bien entrada la noche y solamente descansó rendido cuando encontró que la luna llena y brillante, reinaba en la bahía. Buscaba apenado, entre la oración y entre el sudor que le corría por el rostro, una respuesta clara que calmara así, su interminable melancolía. Entonces, le increpó al cielo: ¿Qué es lo que debo hacer ahora? ¿Qué es lo que el Eterno me quiere mostrar? 

Solamente le respondió el silencio y las ondas del inmenso mar...

Roque Puell López Lavalle


jueves, 15 de abril de 2021

El cuento

Era la mañana de los años sesentas cuando Lima respiraba otro ambiente. La ciudad vivía un crecimiento todavía pequeño pero se perfilaba con un futuro prometedor. Han pasado los años y recuerdo aun que te conté las historias de mi vida en aquella banca frente al mar en el Malecón que tanto nos gustaba. Yo estaba interesado en que supieras de mis triunfos, de mis sueños, tomados quizá de un cuento de misterio o de uno perdido en la ida y vuelta de un viejo tranvía.

Me resultaba interesante el candor de tus ojos y la admiración a mis argumentos. Parecías recorrer con tu mirada atenta, los avatares de mis conquistas y las vicisitudes que me ocurrieron. Quizás te habría escrito en un libro inmenso acerca de mis aventuras y desvelos, pero te emocionabas como cualquier niña que le pide su padre que le relate una fábula antes que se pueda dormir.

Éramos jóvenes todavía, yo recién había terminado la Universidad y tú cursabas el primer año de tu carrera en el Instituto. Pero en esas historias, no sé por qué me vi reflejado en ti para tocar la puerta de tu corazón. Allí cambió todo porque me inspiré en el amor y tú ni te enteraste. No pudiste adivinar el por qué cuando yo mencionaba el silencio, solo me contentaba con que tú lo supieras. Más solo era para mirarte a tus ojos cuando nuestras risas eran cómplices, pero tú también me contaste alguna historia que para ti era una simple chiquillada. Te escuchaba serio y atento pero adiviné tus intenciones aunque yo siempre quedaba desorientado.

Contrario a tus anécdotas, las mías solo eran sobre la vida de un viajero que no sabía si llegaba a su destino pasando por miles de cosas. Para mí era un poco aburrido explicarlo pero tú sonreías quizá asombrada por mis ojos en ese tiempo confusos y lo sonrojado que me transformaba. ¿Qué no lo había comprendido? Nunca lo supe. Sin embargo, me hablaste del final de tu historia pero yo todavía no hallaba la llave para entender tus vivencias. Hasta que pusiste seria y me cuestionaste que si yo caminaba con cuidado por los pasos del amor, entonces, ¿Por qué no podría haber entre nosotros una historia semejante? Yo me creí descubierto pero fue tu intuición lo que yo quería escuchar verdaderamente en ese instante. ¿Estabas enamorada de mí? No me digas que no, yo entendí que sí a menos que se supiera el motivo de nuestras historias parecidas.

Deduje después de todo, que había llegado a buen puerto pero no estaba seguro de ti. No dijiste nada, solo te quedaste muda y yo también por el momento que vivíamos. Y así me acerqué a tu rostro, tu mirada estaba fija en mis ojos y los tuyos me acariciaron el alma y me acordonaron la voluntad. Me sentí tímido como si nunca hubiese entregado mis sentimientos y solo pude decirte en mi mente que te amaba aunque yo solo lo sabía desde hace tiempo. Era así como pensé porque al fin y al cabo esto no fue un cuento para niños, sino una historia verdadera y yo no me había percatado. No fue un juego de palabras... ¿Fue algo más que eso?

Entonces pasé unos minutos contemplándote pero respiré hondo, tomé valor y arrebatado como era, te di un beso en los labios y así por fin, se tranquilizó mi conciencia. Pasó que me correspondiste de buena gana y mi voluntad pudo ser libre al final de todo. Respiré hondo y fue de esta manera que nuestros miedos huyeron despavoridos y volviste a sonreír.

Hoy lo recuerdo después de los años maravillosos en que vivimos. Aquel beso lo disfruté contigo como si fuera el día de ayer, ¿Y tú también? Dímelo. Sin embargo, estamos sentados otra vez frente al mar pero en otra banca pero en el mismo Malecón. Entendí de esta manera, que nuestros recuerdos o nuestros deseos de aquél tiempo y momento, dieron el fruto de nuestros nietos más queridos que por cierto, ahorita mismo, nos están esperando…

Roque Puell López Lavalle

Escucha: https://www.youtube.com/watch?v=kkqOtkJfINQ