domingo, 19 de mayo de 2019

La niña ingenua


Iba yo caminado por la orilla de un sendero de guijarros, en un bosque lleno de verdor y de abedules inmensos, admirando también el follaje verde que envolvía la belleza de ellos. Hacía frío y la tarde estaba gris. La niebla que cubría los poblados que se encontraban cercanos, mostraban algunas familias con no muy pocos niños que disfrutaban las últimas horas de un sin número de juegos. Sin embargo, silbaba el viento que recorría el campo pero a la vez escuchaba atento el sonido de los riachuelos contiguos a las laderas del largo jardín que sin duda, me atraían curiosamente. ¡Qué camino tan especial pude experimentar!

De pronto, en un momento dado y sin poder en ese instante imaginar, vino a mi memoria sin querer evocarlo, el recuerdo de una niña ingenua que hoy llegaba extrañamente a mi pensar. ¿Por qué me pasaría esto en aquella tarde?

Vinieron entonces, las consabidas fronteras. Aquellas que hacían flamear las banderas de aquella ingratitud pasada convertidas hoy, en solamente cenizas. Quizá fueron los afectos que se prodigaron en ese entonces, pero pienso también que esos enredos, solo los guardaba la inestabilidad de su propio corazón. Buscaba de repente en su soledad, la verdad de un dizque amor y de su desaliento para ir prontamente por las mentiras.

Su interés fue una hipocresía a quien le mostró en ese momento una verdad distinta porque no quiso comprender una realidad presente. Hizo bien su papel en el teatro de la vida porque después voló lejos para buscar su destino y recobrar de esa manera, su ansiada libertad. Debió agradecer con gran fervor al Dios de su conciencia por encontrarlo y librarse así de la onerosa carga de seguir al espantapájaros. Valió la pena entonces, su sacrificio y los cuentos de su anunciado duelo. El destino así, no podía ser de otra manera.

Así es la vida, unas son de cal, otras son de arena y no hay por qué preguntarnos por las extrañas circunstancias. Ya no se vieron más sus frivolidades y su deslealtad. Ni tampoco se oyeron las razones que se pudieron dar por más válidas que sean. No obstante, fieles son las heridas del que amó e inoportunos fueron los besos que se dieron en la boca. No se dice el momento por cara dura, sino porque creo que amar es de valientes y no de cobardes, que no saben afrontar una verdad.

Y en los recuerdos que aparecieron esa tarde, yo seguí marchando hasta encontrarme con un lecho primoroso de florecillas al lado de un lago... ¡Qué bellos matices y colores! ¡Y  son los mismos que la lluvia temprana los adornó! Vi que todo era tan lleno de árboles, vegetación, de lindas cascadas, pero también de... ¡Oh, súbita sorpresa!

Hallé entre esas flores pequeñas y silvestres una que me llamaba la atención y pese a llevar un nombre bufo porque era diferente, abrí extrañado mis ojos y…. Ummmmm... ¡Qué aroma tan embriagante! Pero… después de todo, yo no quise en ese instante de la tarde, llevarla conmigo porque, nunca creció en mi corazón...

Roque Puell López Lavalle

lunes, 6 de mayo de 2019

El lobo


Sombrías y vistosas son las frías mañanas del invierno que muchas veces son un quebranto para todos sus habitantes. Los pinos en el bosque son los que sufren y es la nieve que cubren sus ramas pero por otros lugares del bosque, es la manada de lobos que también recibe los cambios bruscos del tiempo. Sin embargo, uno de aquellos, tuvo una esperanza que le haría cambiar su vida y volvió a nacer lleno de ilusiones. Se propuso entonces, ya no ser el viejo lobo que se escondía en la madriguera buscando las letanías del pasado y así entonces, cambió los cuentos que hacía mucho se los habían narrado...

Ahora partiría con gusto a las montañas, correría libre en los caminos que lo llevarían hacia el mar, exploraría la tierra nueva y sus entrañas, sería el depredador de siempre pero también escucharía la música del bosque, los murmullos de sus criaturas pintando lienzos de alegría a su corazón que también estaba enamorado... ¡Qué locura!

En el vivir de sus travesías; contaba poco a poco los días como lo hacen las hadas de las cañadas, sin premura y en silencio, no dejando de buscar un presente a su amada prodigándole además de sus atenciones. Ella tampoco tuvo el reparo en demostrarle su cariño porque no solo fueron las muchas palabras sino el cumplir de ellas y las promesas que juntos se hicieron... ¿Qué juramentos habrían de prometerse después? 

Corría orondo por las vegas y los ríos, felices estaban los dos por el viento, contemplando el atardecer y amándose en el ocaso, estaban acompañados de sus proezas que no eran pocas. Y junto a ella, la compañera de sus días, buscaba incesante y presto, el abrigo para el invierno así como el alimento de lo indispensable para la llegada del lobezno... 

Así durante meses, disfrutaban de su tiempo, compartían sus aventuras y el cariño de los buenos, pero viviendo felices, su amor primero... 

Roque Puell López Lavalle

domingo, 5 de mayo de 2019

El mirlo y el pavo real


Había una vez un pavo real de color azul muy bello. En toda la comarca era el más hermoso y el más amado, pero también el más temido. Su corona la ostentaba orgulloso por ser descendiente de la realeza y por el gusto de ser sobre todas las cosas, se mostraba siempre el más complicado.

Muy ufano él, caminaba en sus dominios acompañado siempre de su corte y de su guardia imperial. Un mirlo cantor, que entonaba su guitarra por los caminos, sin cuidados y complicaciones, se le acercó tímidamente para brindarle su amistad sincera. Su graciosa majestad, al verlo tan misterioso y atrevido, sonrió como muy precavido pero aceptando al fin, la inusual propuesta no sin antes contratarle como su músico personal. A todo esto, el mirlo aceptó sorprendido pero… ¡Oh decepción! – pensó el rey - Tan sólo era un pajarraco musiquero ¡Un cantautor sin sangre azul que recorriera por sus venas! No obstante, más pudo el qué dirán que una decisión consciente. ¡Pobre el pajarillo!

El mirlo entonces, insistía en sus composiciones y más fue por su amor propio que por una mesada inteligente. ¡No era pues, un principiante! Sus notas alegres y melancólicas admiraban mucho a los entendidos y la corte se alegraba con el concierto. Pero el estirado rey torcía muchas veces los ojos poseído por los celos o… ¿Estaría sordo? ¡Quién lo sabe! Y sin saber lo que quizá no entendía, tremendamente indiferente, hizo terminar el concierto en una ocasión y de una buena vez.... 

Entonces, a pesar de la sorpresa hecha, no hubo más qué hablar… 

El mirlo entonces, tuvo que marcharse. Dolido y humillado, voló al horizonte, se llevó a su instrumento compañero y desapareció para siempre cansado de alegrar al controvertido palacio. Rumbo a su destino, sin tanta compasión y olvido, musitó una triste melodía que con el correr de los días, se fue yendo como una luz que se apagaba en el firmamento...

El tiempo pasó, fueron largas semanas y el mirlo recibió con sorpresa una carta debajo de la puerta de su casa... ¡Había recibido una noticia terrible! ¡Una plaga de moquillo se había extendido en toda el territorio! A todos los rincones y gallineros aun lejanos la peste con saña asolaba. Y presintió entonces, una desgracia. Se enteró entonces que su real amigo, había muerto. El certero virus desgarró su vida y su blasón… ¡¡Oh qué pesar tan grande!! 

¡¡Al diablo con la realeza!! - se lo dijo muchas veces

Lo que pasó es que el mirlo quería en ese tiempo, darle la noticia a su amigo pero se la guardaba celosamente para prevenirlo y pensaba decírsela después. Resulta así que el antídoto lo tenía y pensó entregárselo él después del Concierto de aquél día si tan sólo por un instante, él lo hubiese escuchado sin haberlo corrido. Pero lenta fue su decisión y muy tarde el momento para para salvarlo. Sin embargo, nunca se imaginó lo que habría de venir.... ¡Trágico desenlace!

Roque Puell López Lavalle