Iba yo caminado por la orilla de un sendero de guijarros, en un bosque lleno de verdor y de abedules inmensos, admirando también el
follaje verde que envolvía la belleza de ellos. Hacía frío y la tarde estaba gris. La
niebla que cubría los poblados que se encontraban cercanos, mostraban algunas
familias con no muy pocos niños que disfrutaban las últimas horas de un sin
número de juegos. Sin embargo, silbaba el viento que recorría el campo pero a
la vez escuchaba atento el sonido de los riachuelos contiguos a las laderas del
largo jardín que sin duda, me atraían curiosamente. ¡Qué camino tan especial pude
experimentar!
De pronto, en un momento dado y sin poder en ese instante
imaginar, vino a mi memoria sin querer evocarlo, el recuerdo de una niña
ingenua que hoy llegaba extrañamente a mi pensar. ¿Por qué me pasaría esto en
aquella tarde?
Vinieron entonces, las consabidas fronteras. Aquellas
que hacían flamear las banderas de aquella ingratitud pasada convertidas hoy,
en solamente cenizas. Quizá fueron los afectos que se prodigaron en ese
entonces, pero pienso también que esos enredos, solo los guardaba la
inestabilidad de su propio corazón. Buscaba de repente en su soledad, la verdad
de un dizque amor y de su desaliento para ir prontamente por las mentiras.
Su interés fue una hipocresía a quien le mostró en ese
momento una verdad distinta porque no quiso comprender una realidad presente.
Hizo bien su papel en el teatro de la vida porque después voló lejos para
buscar su destino y recobrar de esa manera, su ansiada libertad. Debió
agradecer con gran fervor al Dios de su conciencia por encontrarlo y librarse
así de la onerosa carga de seguir al espantapájaros. Valió la
pena entonces, su sacrificio y los cuentos de su anunciado duelo. El destino
así, no podía ser de otra manera.
Así es la vida, unas son de cal, otras
son de arena y no hay por qué preguntarnos por las extrañas circunstancias. Ya no se vieron más
sus frivolidades y su deslealtad. Ni tampoco se oyeron las razones que se pudieron
dar por más válidas que sean. No obstante, fieles son las heridas del que amó e
inoportunos fueron los besos que se dieron en la boca. No se dice el momento por cara
dura, sino porque creo que amar es de valientes y no de cobardes, que no saben
afrontar una verdad.
Y en los recuerdos que aparecieron esa tarde, yo seguí
marchando hasta encontrarme con un lecho primoroso de florecillas al lado de un
lago... ¡Qué bellos matices y colores! ¡Y
son los mismos que la lluvia temprana los adornó! Vi que todo era tan lleno de árboles, vegetación, de lindas cascadas, pero también de... ¡Oh, súbita sorpresa!
Hallé entre esas flores pequeñas y silvestres una que
me llamaba la atención y pese a llevar un nombre bufo porque era diferente,
abrí extrañado mis ojos y…. Ummmmm... ¡Qué aroma tan embriagante! Pero… después
de todo, yo no quise en ese instante de la tarde, llevarla conmigo porque, nunca creció en
mi corazón...