Francia vivía una fecha muy
importante en el día de la Independencia. La ciudad de París estaba engalanada
por tan importante acontecimiento y sus habitantes estaban jubilosos por el
próximo desfile que en esos momentos se iba a realizar. Era un buen día también
para Diego, el joven pintor de la Escuela de Bellas Artes quien terminaba un
lienzo de contrato. En aquél momento, preso de la emoción, tuvo la sensación de
que se le iba el tiempo, que se le terminaba la mañana, le volaban las horas
y los minutos, porque ya no los podía esperar.
En esos instantes, creyó
percibir el aroma de una rosa que impregnaba su habitación y era seguramente
por tener cerca donde él vivía, un vivero que despedía las fragancias de sus
más cuidadas flores y plantas por el cuidado del dueño, Monsieur Ravel, un
vecino muy querido por todos en la calle contigua al Palacio. Sin embargo, esta
experiencia cotidiana se convirtió para él en el recuerdo de una mujer que
vivía en su corazón. Los cabellos de su amada los visualizaba negros,
ensortijados, largos como la noche para después terminar en sus ojos
melancólicos y cansados, a los que parecían despertar después de una noche feliz.
Ella, la dulce Mariela, también pensaba en el artista, más no sabía si el
destino los había unido para un gran romance luego de un tiempo de ser una controvertida
pareja.
Pero sucedió que el orgullo y
los celos desmedidos del padre de ella aparecieron de improviso despertándola
de su sueño, sin ningún miramiento de parte de su progenitor. La increpó mil
veces acerca del comportamiento con su supuesto noviecito que no le daba un
futuro prometedor al dedicarse solo al arte de la pintura y quien sabe a
cuántas exposiciones más. Pero ella era insistente y aun a escondidas se daba
la maña de verse con él. El padre la descubre y ofuscado como estaba, le preparó
a su hija un viaje del nunca jamás.
Pasaron las festividades y
en el día menos pensado, el vuelo sin escalas que preparó su padre, se la llevó
a América, a la casa de unos parientes suyos pues él era viudo hacía tiempo y
el pintor no pudo hacer nada para impedirlo. Entristeció grandemente por la separación
y fueron muchas las veces que anheló el regreso de Mariela pero tuvo que
esperar algún tiempo para que ella retornara. Al menos eso pensaba él, ella, confundida no tuvo más remedio que hacerle caso a su progenitor.
Después de todo, -pensó- no se iba para siempre pero igual la enviaron lejos para que se olvide de una vez, del artista empedernido.
Pasado algunos años, el artista desconocido
del momento, se convirtió en un pintor famoso por la exposición de sus cuadros
triunfando en el arte difícil de ser un exponente prometedor del nuevo
surrealismo. Por ese entonces, Monsieur Finot, el papá de la muchacha, quedó
muy impresionado por el tremendo éxito que Diego había conseguido. Por ese
entonces, el artista tuvo una exposición en América, casualmente en Nueva York.
Sus mejores cuadros iban a ser expuestos y estaba emocionado por el tal
acontecimiento. Incluso, por la Agenda cultural y otras noticias, supo que su
amada Mariela, se encontraba trabajando en un diario local muy cerca de donde él
iba a exponer su arte pero el destino no quiso encontrarlos.
Él regresa entonces a París
después de aquella semana pensando que todo, fue un mal sueño. Volvía enojado y
triste, pero no lo sabía. Las emociones encontradas lo hacían preso de sus
sentimientos y de sus pensamientos, parecería que su cabeza se perdiera en
muchos recuerdos rotos y frustrados. Aun así tenía que estar tranquilo porque
le habían encargado unas obras importantes y tenía que estar
sosegado y concentrado en su trabajo.
A los tres meses siguientes,
Mariela, sin esperarlo, tuvo que regresar a Paris por la noticia de la muerte
de su padre. Su familia la esperaba ansiosa porque ella no pudo verlo antes por
sus múltiples actividades. Venía coincidentemente graduada en las Artes
Escénicas y de la Fotografía profesional coinvirtiéndose también, en una buena
expositora de sus talentos en el ambiente artístico. Los estudios “Lumiere”,
habían hecho un contrato con ella y la esperaban en cualquier momento. Entonces Diego, se enteró por un amigo que ella
vendría en un vuelo por la madrugada y se sintió esta vez, algo diferente.
Sin perder el tiempo, fue
corriendo al Aeropuerto para darle el encuentro. Escabullido entre la gente,
la mirada fija y con el corazón hecho pedazos por la angustia, llevaba a pesar
de todo, un ramo de rosas rojas esperando ansiosos, su regreso. Las horas pasaban hasta que por fin, llegó el avión y encima con retraso, pensaba Diego. Y
conforme iban bajando los pasajeros, el encuentro era un imposible. Sudando y
jadeando no la podía ver a quien tanto quería. Para colmo, la Seguridad del
Aeropuerto no le permitía el paso si no mostraba sus documentos personales.
- Pura
burocracia, - dijo a regañadientes Diego
- pero felizmente los tenía…
-
¿Sería posible que todo esto era una farsa? ¿Será la fecha correcta? – rezongaba
Y persistió con mucho más
razón en encontrarla y nada de nada, la angustia no podía con él hasta que
resignado, perdió la fe y volvió ensimismado sobre sus pasos…
En ese instante, le pareció
escuchar entonces su nombre en una débil y angustiada voz pero Diego no fue
capaz de reconocerla…
- No
creo que puede ser ella, - pensó por inercia…
Solo el instinto salvaje y
fiero del lobo puede reconocer al humor de su contrincante y solo el amor
verdadero y sincero puede reconocer al fiel y al verdadero sentimiento. Levantó
instintivamente su rostro y se encontró con los ojos asombrados de ella.
¡Súbita sorpresa! Mariela se
veía más bella y discreta, pero él estaba tan despistado como el ayer de las
mañanas…
-
¿Pero cómo es posible que no te vi bajar? -
insistió incrédulo medio tartamudo, pero entregándole sus rosas medio
maltratadas -
Ella sonrió por las rosas
rojas estrujadas por Diego y le dijo besándolo en la boca:
- Allí
estaba Diego, viéndote todo el tiempo y contemplando tus apuros y testarudez innata...
- ¡¡Solo
que tú viniste a esperarme en el terminal
equivocado!!
Roque Puell López
Lavalle
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