viernes, 29 de marzo de 2019

Carta de un padre a su hija


Querida hija:

No me mueve escribirte el saludo que se relata todos los días para no llegar a la rutina de saber qué es lo que hiciste. Sé que los deberes son como el estribillo que escucho a diario aquí entre los jóvenes del Liceo: "No los dejas porque siempre te gusta escucharlos". No me exhorta tampoco escribir algunas letras por si me llega alguna esperanza de que la buena nueva sea que al fin te libraste de tanta preocupación. Solamente espero que a lo lejos hubiese una luz brillante para que te guíe por buen camino y no a apoyarte en las monedas que no se reciben. 

No se ha acabado el sol para que las flores crezcan sanas y fuertes, no se ha extinguido el oro para forjar un centavo que luego es emitido pero igual no puede vivir un corazón que no recibe nunca el amor de sus habitantes en la tierra prometida. Hoy como nunca analizo las marcas que hacen la diferencia entre un sentimiento y un sentir. Y sabes que no es lo mismo porque el sentir es siempre pasajero, en cambio el sentimiento, no tiene fecha cuando morir ¿Verdad? 

Pensaba que si los encarcelados recibieran un indulto o una gracia concedida por Dios y por el gobierno, cuánto más sería el que busca un esperado contentamiento. ¿Encontrarás las respuestas de tus inquietudes en las vueltas que da una noria? Pedir peras al olmo es reclamar al cielo que baje una sonaja para consolar al que hace tanta lata en el silencio de su alma. Hay quienes suman sin haber estudiado, hay quienes aman sin haber tenido pretendiente pero nunca he visto personas con estudios ganados, que están atiborrados de la cruz y que no tiendan lazos de amor a un regalo terminado, oleado y sacramentado, que se llama padre…

Tu progenitor