domingo, 21 de junio de 2020

Si se lo dijera el viento...



No veo la luz en el sendero, la luna se escondió en el cielo y un camino recto se hace al brillar de las estrellas y en ello no he encontrado aún un sustento. ¿Por qué entonces, la razón de tanto aspaviento? Si encuentro a la muerte; está el silencio, pero si encuentro a la vida, escucho el bullicio de quien se queja porque no se da cuenta que ella se desarrolla siempre en un remolino de cambios y no necesariamente se encontrará en la paz o en los enfrentamientos de los seres humanos...

Los ánimos siguen quedos sin encontrar un descanso, le sigue un pensar obligado que lo lleva a reflexionar tantas cosas y aun así, tampoco ellos llegan a su destino. Tal vez serán felices los que de una sola vez terminan con su vida en una suerte de malas conciencias o en un encuentro de voluntades y sin embargo, son cobardes porque parten sin llevar absolutamente nada y terminan así, tan solos como empezaron antes de su descaro...

La vida termina con la muerte y lo único que realmente vale es la intención de cambiar para los que sueñan y el anhelo de la libertad nace para los que perseveran. Pero ¡Ay! de los que encuentran las corrientes contrarias a su conciencia y que nacieron sin voluntad en el transitar del tiempo. Aquellos ignorantes e indolentes que no supieron perdonar el yerro y ahora sufren su propio encarcelamiento. Así se convierten entonces, en la conciencia de aquellos esclavos que se encadenan en sus propios resentimientos...

Pero solo los niños dicen la verdad y los ilusos buscan la justicia. Los demás desatan el infortunio de su propia alma que se torna frágil aunque su vida si cambie el destino. Y así, el hombre ciego, desnudo, inculto es indiferente como si no recibiera las consecuencias de sus actos en sus propias manos porque vuelve a lo mismo de toda la vida, a la insistente noria de la tremenda insensatez y de la vergüenza...

No, nunca serán los mismos a menos que venga un portento que destruya sus pretensiones a sus vanos entendimientos. Que no todo es con el cristal con que se mira porque se ciñen de conceptos relativos e ignoran a propósito los absolutos. Y el único resultado que tendrán será su propio yo, torturando su conciencia para preguntarse por qué todo se repite una y otra vez, no hallando la solución a sus caminos sin una luz que los libere...

Pero así será su final en el amanecer de la nada o en la noche del silencio que está a punto de perecer solitario y sin la visita de la esperanza que busca ahora perfumar a las estrellas. 

Quizá no ocurriera todo esto, si se lo dijera su conciencia o tal vez, si se lo dijera el viento…

Roque Puell López Lavalle


jueves, 4 de junio de 2020

La hija de la justicia


No me había llegado aún la noticia de las buenas noches y todavía faltaba que se anuncie la tranquila mañana. Pero tú tampoco me despediste con un beso ni me diste los buenos días y al parecer tu alma o tu espíritu se habían extraviado… ¿O será que las mentiras de este mundo te habían transformado? 

Sabes que cuando no te vi en casa me preocupaste, pero cuando te fuiste aquella vez, a una provincia lejana cuando yo ni tú presencia presentía, recién me enteré de casualidad que te habías marchado sin avisarme... ¿Por qué hija volaste como las aves que migran sin prisa y no te pudiste despedir de mí en paz y en oración?

“Malas vibras”, proclaman siempre los ingenuos tontos que de toda cosa adivinan, es “falta de comunicación”, predicen ahora los sabihondos más entendidos sobre el tema, pero recuerdo que cuando eras niña, un día viniste muy asustada y me supiste compartir tus miedos acerca de tus amiguitos malillos que te hacían sufrir en el colegio la vida entera... 

Y ahora de mayor buscas la perfección en los humanos, creyéndote tú la línea recta al lado de la plomada cuando no lo eres y ofendida fuiste a buscar una justicia desaforada. Pero cuando me hiciste una acusación ante el Juez, fue una deshonra a tu mismo padre por pretender ser la flor herida y querer arreglar mejor las cosas como una pobre resentida… 

Si el mandamiento con promesa que tú conoces, enseña que te irá bien en la tierra y tendrás largos días cuando honras a tu padre y a tu madre, ¿Por qué entonces diste tus quejas y tus problemas a personas extrañas pero no te acordaste en ningún momento del personaje más importante? 

Pero cuando llegue el momento de irte de mi lado hija ingrata por la ley de la vida, forjando tus sueños de esposa y madre, siempre experimentarás que fieles son las heridas del que ama e inoportunos son los consejos de los imprudentes. Y en consecuencia, ¿Cuánto más valdrían en esos momentos los consejos de un padre para que tú nunca te puedas olvidar?

Roque Puell López Lavalle