martes, 25 de diciembre de 2018

Cuando yo pude despertar


Ayer martes, poco después del mediodía, casi me encontré entre los pasajeros de un largo viaje con serias dudas de poder retornar. Los síntomas se mostraron en mi cuerpo momentos antes porque las fuerzas para mantenerme lúcido, fueron realmente inútiles. Mi pensamiento deliraba en un quehacer improductivo porque no podía realizar una operación sencilla en mi computadora para poder sobrevivir. Intuí un trágico destino si no se encontraba pronto la ayuda y seguí casi sin sentido entre las imprecisiones de una salud intransigente. Nada era de mi incumbencia, se me iba el alma pronto, si mi destino tendría que cumplirse. 

Pero luego salí del limbo, mis palabras se hicieron inútiles queriendo gobernar mi cuerpo débil, ávido de sanidad. Las enfermeras me reanimaron en casa sin creer ellas en cantar victoria todavía. Yo pensaba en esa oportunidad que si Dios era misericordioso, no podría infringirme tremenda derrota. Llegué al Hospital por la tarde y la Ambulancia parecía una calesa de virreyes porque viajaba en un tráfico horroroso y en una espera insuficiente. Las frías horas me recibieron y pensé que nunca habría de salir. Enojado esperaba en la sala de Emergencia pero entre los encargados y las preguntas de la gente, intuía un largo tiempo de observación. Mi presión bajó y los dolores impertinentes en mi cuerpo eran seguidos en ese instante por un gran malestar. 


Pasaron las horas hasta que al fin supe que todo había cambiado. Pude mejorar porque los martinicos se habían esfumado y los malestares se habían ido para siempre.  El hambre de gloria había triunfado. ¡Estaba recuperado! Recobré la salud también con un manjar de los dioses y pude irme a mi casa deshecho en mil recomendaciones por el médico de turno.

Hoy doy gracias al Eterno por tremendo milagro. ¿Quién soy yo para que él le interponga a la muerte mi vida como defensa? No lo sé. Cuando estás solo en tu habitación tienes muchas dudas y te preguntas... ¿Qué pasó contigo? Quizá ahora ya no te ves como el héroe de la película y te sientes más bien como un hombre simple para Aquél quien poeleó por ti ese día... Entonces, ¡Era el tiempo justo de considerarlo!

Pero si uno es sincero y ves que la necedad te ha abandonado, solo en ese momento podrías decirles a todos sin ningún temor: “Cuando estuve entre la niebla de un camino dispar y vi que era imposible mi regreso, Él me dio de su misericordia para que Su poder yo pueda compartir. Pero cuando yo pensé que quizá me iba a Su presencia sin esperanzas, él me regaló de Su aliento de vida, cuando yo pude despertar”.

Roque Puell López Lavalle

lunes, 24 de diciembre de 2018

Malas costumbres


Como cae la garúa del invierno, persistente y tediosa, pidió Gregorio una ayuda temeraria a gritos destemplados a la guardia virreinal que se llevaba a su hijo. ¡¡Suelten a mi muchacho que él no fue el protagonista de semejante sacrilegio!! ¡¡El no fue a la escuela, él nunca pudo saber cómo se manipula un arma de semejante peligrosidad!Su compañera replicó: ¡¡Cómo puedes pedir clemencia para tu hijo cuando tú mismo lo iniciaste en malos caminos y ahora quieres librarlo como si fuera un desgraciado!! ¿¡No es mejor que purgue dentro de la sombras y aprenda un oficio que malgastar su juventud en una inútil ejecución!? ¡¿No basta que se refugie en un indeseable como tú que dio su vida en borracheras y en aires de una disfrazada decencia?!

Díjole entonces Gregorio: ¡¿Cómo puedes replicarme mujer, madre deslenguada porque cuanto más te necesitaba el imberbe, tú te ibas a llorar a tu madre por los maltratos de tu amante?! ¡¿No era mejor que busques un poco de mesura, un poco de atención en vez de encontrar pretextos para un inútil matrimonio!?

Y el joven era llevado al cadalso entre los guardias de alguacil, vendados los ojos entre la turba que no comprendía el mensaje del por qué era llevado a semejante final. Sin embargo, los padres se desgañitaban y se acusaban mutuamente de la injusticia. El desnaturalizado padre y la apesadumbrada madre nada podían hacer, la suerte estaba echada; Artemio vería en contados minutos, sus fechorías pagadas en la filuda hoja de la guillotina y su verdugo. Antes de leída la sentencia, presentadas fueron las acusaciones de un testigo. Pero a éste,  la conciencia no le dejaba tranquilo cayendo en contradicciones y era obvio que había una maliciosa acusación. Surgieron entonces las dudas de los magistrados, no habían pruebas contundentes pero más valía la elocuencia falsa del fiscal que las voces que gritaban libertad para el condenado. 

Sin embargo, poco se buscó en las acciones. ¿Cómo una frágil figura de desdeñoso semblante pudo consumar semejante delito? ¿Cómo se puede reclamar justicia cuando no se ha probado la culpabilidad del acusado? ¿Cómo se puede alegar un derecho si más puede el orgullo y la mezquindad del fiscal al no dar una prueba fehaciente de la veracidad de lo que había ocurrido realmente? Así eran las épocas cuando se hablaba de dar justicia, mucha filosofía y pocas las esperanzas de vivir. Sin más que argumentar entre las partes, se procedió a cumplir la innoble ejecución. Cuando cesaron los tambores, irrumpió una voz en el escenario. Una confesión a voz audible a último momento, fue del testigo que se hizo escuchar por primera vez. 

Las esperanzas parecían regresar, todo empezaría de nuevo pero ya era tarde para el desenlace y ya no hubo momentos de retroceder para romper las cadenas de la injusticia. Ya en la guillotina, cayó sin demora la cabeza, besó rápidamente el cesto y quedaron todos los presentes en un profundo silencio lanzando un supuesto gemido. No se dieron cuenta de la tremenda equivocación en que se habían sumado.

Así es la humanidad, más de dos mil años tienen todavía esas malas costumbres. Se sigue eligiendo a los ladrones y malhechores creyendo más en los malhablados, defendiendo siempre los derechos humanos del criminal no sin antes terminar con la vida de los que injustamente son los acusados.

Roque Puell López Lavalle





Turismo fatal


Corría el año 1990 y yo me encontraba en San Salvador, la Capital de la República Centroamericana de El Salvador. Por asuntos migratorios que tenía que resolver tuve que salir del país de Guatemala para permanecer algunos días fuera y luego retornar otra vez. Pero yo sabía en aquél entonces que toda la nación se encontraba en estado de guerra. Desde que me dejó el bus en la Terminal se podía sentir una presión muy grande. No me equivoqué porque las calles estaban en algunas zonas semi-desiertas con no pocos soldados y protegidos con sacos de arena que estaban parapetados en las esquinas de las calles y las ametralladoras bien dispuestas estaban listas para cualquier eventualidad. 

El ambiente se sentía inseguro y se tenía la duda si es que uno viviría el día de mañana o no, al menos esa era la percepción que se tenía en ese momento. Era natural ver a las tanquetas y a los militares resguardando una ciudad que vivía la época más negra de su historia por la guerrilla que había ingresado a la ciudad pero la gente sencillamente discurría indiferente en aquellas circunstancias adversas. Todos hacían de la vida diaria un día común y corriente pero siempre viviéndose una tensa calma. Sin embargo, los diarios habían emitido la noticia que un proyectil del mortero "Instalaza" se había introducido en una casa matando a una niña que se estaba bañando. Las radios también informaban noticias no gratas acerca de lo que se sucedía y también porque en el cielo volaban helicópteros artillados que por las noches se dejaban escuchar por el estruendo de las explosiones y los ruidos disparados de fusil en algún lugar del vecindario. 

Cruzando la Plaza Mayor pude conocer la Iglesia Católica donde Monseñor Romero había sido asesinado un tiempo atrás. Estaba clausurada y totalmente perforada por las balas de aquel atentado donde murió también la población que estaba en aquél momento escuchando la misa acostumbrada. Era sobrecogedor ver estas escenas y ser testigo de ver una ciudad en apariencia tranquila pero pero viviendo como dije sus momentos más difíciles sin ninguna duda. Me encontraba viviendo sin querer, un turismo fatal que a veces no tenía cuando terminar... 

Uno de esos días, cuando daba un paseo, pude divisar una fuente de agua muy hermosa, la llamaban "La Fuente Luminosa", que fue testigo según me dijeron de hechos funestos en los momentos de las confrontaciones. Pude inmortalizarla con mi cámara fotográfica que cargaba en ese instante pero lo que si me extrañaba era ver la bandera de USA flamear por encima de una pared muy alta, semejante a un cuartel bien resguardado. Transcurrieron unos cuantos minutos cuando dos jeeps se detuvieron frente a mí más o menos a unos 20 metros de distancia de donde yo estaba. Eran sin duda los paramilitares vestidos de civil y los pude identificar plenamente. 

Bajaron armados con fusiles M - 16, aquellos que se usaron en Vietnam. Sentí temor por la forma de querer abordarme estos señores y presentí que mis días en ese momento ya estaban contados. Yo estaba parado de medio lado y en una de las manos tenía el diario del día y en la otra como ya expliqué tenía mi cámara de fotos. Los miré sereno, de frente y desafiante, habida cuenta de que --a la muerte se le debe enfrentar cara a cara y sin temor-- y así, uno de ellos levantó el fusil y me apuntó a la altura de la cabeza pero yo permanecí en mi sitio estático y enojado, esperando el fatal desenlace. Entonces, el de al lado en forma agresiva, le bajó el arma a su compañero con el brazo derecho gesticulando palabras incomprensibles contra mi persona. El aludido, solo atinó a mirarme con odio obedeciendo la orden de mala gana pero inmediatamente sin más preámbulo en ese momento, todos desparecieron raudamente. (Mucho después me había enterado que este extraño “paredón” colindaba sencillamente la parte de atrás de la Embajada de USA y no había letrero alguno que avisara que esta zona estaba restringida) 

Bueno, después de todo morir en patria ajena, era un honor para mí porque mi ideal era morir por la causa de Quién yo he creído pero no pensaba que iba a ser de esa manera tan inusual. En fin, no todo sale como uno quiere. Yo me quedé aun más tranquilo porque obviamente tuve  temor pero gracias a Dios pude dominarlo en ese momento. Respiré entonces profundamente pensando que Aquél me quería en esta tierra todavía. Pero tuve que seguir mi camino cuando ya estaba cayendo el sol llegando a mi destino sin ninguna novedad. Luego al irme a descansar me pregunté soberanamente en mi lecho: ¿Para qué me sucedió todo esto? Y me quedé dormido hasta el día siguiente...  

Luego cuando días después me fui del país arreglando mis papeles y recordando lo que me ocurrió, obtuve la esperada respuesta... 

Roque Puell López Lavalle

martes, 11 de diciembre de 2018

Amigo


Las primeras luces de la mañana vieron nuestros ojos en un día cualquiera de Junio del año 1981.Teníamos un desayuno franciscano en una olla común. La avena con leche humeaba y un delicioso pan francés crujiente de días pasados estaba listo para ser servido. Su compañera infaltable, la noble mantequilla, heroína de jornadas, era aquella que te vendían a granel envuelta en plástico transparente y así, amorfa, así te la amontonaban sin asco en el momento que la adquirías. Era poca y era para tantos, pero se la hacía alcanzar con la "chanchita" de todos los días.

Vendrían después, los discursos en el local tomado, las arengas, la oratoria extendida entre compañeros y testigos, cánticos de algarabía, aplausos partidarios, la izquierda democrática hizo su aparición en la magna reunión... Todo hacía presagiar una esperanza, nuestro futuro estaba en juego, el saber que no perdíamos el tiempo se convirtió en algo mágico, el ambiente del compañerismo se sentía, la justicia y el derecho estudiantil estaba inflamado y las voces se hacían sentir. Era un reto a las decisiones y profundas convicciones, éramos los soldados de una batalla propia, original, en una guerra aislada y estábamos sin saberlo, en el umbral de algo más grande: El ingreso a la Universidad a como de lugar...


Luego le tocó el turno a la noche, una oscuridad incierta, de espera muda e interminable, de peligro inminente. Sabíamos que la temible Guardia Obrera nos podía sacar en cualquier momento. Sentíamos también a la madrugada convertida en una tensa calma que reinaba sobre nosotros pero estábamos con la piel de gallina por el frío que experimentábamos. La taza de cocoa caliente la bebíamos a pesar de que a veces no sabía a nada y poco realmente abrigaba, pero era nuestra aliada incondicional. Se tocaba la guitarra y cantábamos en las noches "Amigo" del grupo chileno Illapu, porque no conocíamos el aburrimiento y todos nos animábamos jubilosos en medio de toda la tensión.

Pero un día por la tarde, se fue la magia y la convivencia cesó para nosotros. Supimos que la suerte estaba echada. Se corrió rápidamente la voz que las otras universidades estaban por sacarnos del local y los rojos estaban bien armados para tal fin. Nos querían vencidos y querían atribuirse para ellos la demanda estudiantil. Aunque éramos pocos, tuvimos la necesidad de arrancar de los brazos de las enamoradas a los jóvenes como nosotros que se habían aferrado a ellas. ¡Tremendos cobardes! No había otra manera pero pudimos ver que algunos eran echados del regazo de ellas para que peleen y sin embargo, otras desconsoladas se quedaron solas llorando viendo a sus grandes amores salir a pelear... ¡Qué espectáculo! 

Presentamos batalla aún con miedo pero dimos la cara a tremendo desafío, todavía lo recuerdo y durante la trifulca, decenas de jóvenes en la calle armados de correas, cadenas y palos de todo tamaño venían contra nosotros. Explotaban los petardos, las bombas molotov, corrían las balas calibre 38, en fin, una humareda terrible, el corazón pegaba duro dentro de nosotros pero igual respondíamos. Cerca a la Av. Tacna la turba enardecida avanzaba hasta la media cuadra donde estábamos pero no podían seguir. Íbamos ganado terreno sufriendo los palos y cadenas y repartiendo por igual. Nuestras compañeras, mujeres de valor, estando en el balcón, nos alentaban para seguir adelante, todas cantando en coro, himnos revolucionarios, arengando, echando agua sucia de las cubetas. Las maderas rotas que encontraban eran lanzadas a los contrarios, llorando, gritando, arengando, fue un verdadero milagro que no les pasara ningún mal. ¡Qué coraje! Todos nos quedamos anodadados...

Al final, como siempre, llegó la policía, el Escuadrón de Emergencia de aquél entonces, luego el "rochabús" o carros rompe-manifestaciones vino a dispersarnos usando sus mejores armas, el agua y las bombas lacrimógenas. Sin embargo, nosotros con la cara cubierta y mojados nuestros rostros, se las devolvíamos en medio del humo a pesar que nos hacía arder y llorar nuestros ojos. También quisieron darnos una paliza pero la confusión y la cantidad de gente nos salvó el pellejo. Nos quedó solamente el irnos raudos al local después de haber infligido la derrota total a nuestros enemigos y hacerle frente a la policía. 

Teníamos 24 años y ya habíamos experimentado el odio en nuestros corazones pero felices de haber triunfado ¡Tremenda contrariedad! Se imaginan al día siguiente, las noticias por la T.V. hablaban de nosotros y en la portada de los periódicos había una foto, ¡Ahí estábamos! Nadie nos hubiera creído pero era verdad, se enteraron todos que un grupo de muchachos ganaron sus derechos y al Rector no le quedó otra que darnos lo que tanto anhelamos esa tarde. 

Pasaron ya más de 40 años de aquél incidente. Todavía existe el local, el Teatro Nacional, todo está intacto. Anteriormente el lugar se llamaba la calle del Teatro pero nadie imaginó lo que allí aconteció. Todavía se escucha la canción "Amigo" en el ambiente y en el corazón de los que estuvimos aquél día. Fue esta canción porque nos unió una causa común, Amigo porque fuimos como hermanos luchando y dejando nuestra sangre, Amigo porque fuimos universitarios en ese momento pues nos costó ingresar, sólo así se explica esas noches de compañía solidaria donde todos los allí reunidos fuimos los protagonistas. 

Me acuerdo siempre de ese mes, de esas fechas, pues al pasar ahora por el centro de Lima, en ese célebre Jirón Huancavelica, muchos de nosotros dejamos nuestra juventud y nuestro coraje. Equivocados o no, estuvimos unidos en pro de una mejor educación universitaria que en este país todavía sigue siendo un problema que debe solucionarse. Todos debemos tener acceso a la Educación porque el Perú necesita también de todos para el engrandecimiento de la cultura y de la patria en que nacimos... 

Roque Puell López Lavalle

jueves, 6 de diciembre de 2018

Nosotros teníamos razón


D
e tan larga estatura como todavía eres, la vida nos había encontrado en medio de una trifulca en el parque central de Miraflores donde celebrábamos alegres el empate de un partido de fútbol jugado por nuestra Selección. Todo el distrito y sus calles estaban de fiesta, se formaban interminables caravanas, los sonidos de las bocinas por los carros, arengas y vivas desaforadas de un gran encuentro recién finalizado. Los discursos a nuestro país por ser siempre los mejores estaba en boca de todos. El tránsito había sido paralizado para una noche que prometía ser larga y descontrolada.  


Pero resulta que en medio de todo, unos malandrines le había metido la mano a la Gabriela faltándole el respeto y nos fuimos corriendo a defenderla. Cuando nos pusimos frente a ellos, tú no decidías vengar a la hermana de nuestra común amiga que vivía cerca a mi casa y yo si quería liberar pronto mis hormonas alborotadas. Entonces, tuve que ser yo el que comencé con los trompicones porque tú no cedías a la provocación que hacía ratos fue anunciada por este grupo de muchachos. 

Cuando vinieron hacia nosotros, no te quedó otra que intervenir para sacar la cara por mi porque todo se convirtió en ese momento en una gran pelea porque repartiendo golpes a diestra y a siniestra, parecía que todo no iba a terminar tan temprano. Recuerdo como si fuera ayer, que una piedra lanzada de gran tamaño, venía hacia tu cabeza. La verdad no sé como volé de esquina a esquina como el mejor arquero y pude contenerla justo a tiempo para que no se estrellara con tu "ingenuo" cerebro. ¡Pucha, todavía me duele la mano!

Entonces de los cuatro que éramos, contra los nueve implicados, vencimos a duras penas  a los culpables pero vino la Guardia Civil de aquél entonces para llevarnos a todos presos tanto por el jaleo y por el descaro de pelear públicamente en la calle. Sin embargo, llegaron y nos encontraron a todos abrazados dando vivas por nuestra Selección y hasta pensaron que éramos los "hermanitos", del mismo partido.

No se la creyeron así que tuvimos que huir rápidamente por el medio del parque, yo con mi camisa rota y tú con la mirada tonta. Los demás estaban asustados y se fueron cada uno por su lado.  Los guardias ya nos alcanzaban, faltaba poco pero yo con las justas me las ingenié y alcancé un taxi. El chofer asustado me preguntó: ¿A dónde va joven? "A seguir celebrando el empate", le dije pero luego reaccioné alegando: ¡¡ Pero me lleva a mi casa carajo!! sin darle todavía la dirección dónde vivía volteó el carro por la avenida principal y jocosamente, pasé en medio de los que me perseguían...

Son remembranzas de los años setenta y recordarlas hoy es una gran alegría por un gran partido de estos buenos futbolistas. Julio es todavía un gran amigo y un aguerrido hermano que el destino nos unió en aquella oportunidad. Esas broncas de los veinte años, todavía hoy viven en mi corazón y cuando a veces paso por ese parque tan lleno de historias, siempre sonrío y a pesar del tiempo, siempre lo reitero y lo reiteraré siempre por lo que queda de mi vida diciendo: "Nosotros, teníamos razón."

Roque Puell López Lavalle

Escucha: https://www.youtube.com/watch?v=zZ2kqewhpCI&t=7s