miércoles, 29 de agosto de 2018
Un querer queriendo
viernes, 17 de agosto de 2018
Cásate conmigo
De niño había conocido a una pequeña de ojos
grandes y oscuros, muy hermosa. Era maravilloso verla cómo se mecían sus
cabellos al viento cuando corría por los senderos del parque vecino a la
urbanización donde vivíamos y su casa quedaba en las inmediaciones de la mía.
Ella vivía una eterna
primavera cuando éramos niños pero no siempre eran todas alegrías, a veces eran
momentos de felicidad y otros momentos eran de tristeza. Con razón después la
encontraba compungida y ya no jugaba con su vieja muñeca entre las flores del
jardín. Entonces yo le dije que no debería estar así, que la vida era para
estar feliz y no para sufrir.
Atenta y curiosa me
escuchaba, pero un día no pude más y le dije muy orondo: "Cásate conmigo", y de pronto, se echó a reír. La verdad es que
no sé por qué lo hizo y me quedé confundido porque yo era un niño bien
parecido, educado, algo sucio y descuidado, pero también era muy varonil.
Pasaron los años de aquél
incidente donde todos vivimos la vida de modos diferentes. La música nueva, los
bailes modernos y como toda adolescencia y juventud, estos solían ser contestatarios y rebeldes.
Pero, allí estaba ella,
ahora espigada, hermosa y con sus ojos soñadores de siempre, ávidos de conocer
el mundo y contar las estrellas del universo. Pero otra vez la vida le había
jugado una mala pasada, ahora las desazones y las desavenencias, habían borrado
su sonrisa dándole un aire de romántica melancolía.
Yo había crecido entonces,
es más, había logrado rescatar mis anhelos y plasmar mis expectativas. Para
ello había luchado sin desmayar. Al verla nuevamente, quise sumarla a mis
triunfos personales, recordé mi infancia junto a ella y aquél amor de niño que
jamás claudicó. Entonces de sorpresa, y sin que ella lo advirtiera, me acerqué
y mirándola a los ojos le dije muy seriamente "Cásate conmigo" y ella
se echó a reír. Otra vez, no entendí el porqué de su negativa.
Los años pasaron, la vida me
llevó por otros caminos, senderos que me llevaron a otras conquistas en el
plano espiritual y humano. Ya era otro, ya me habían aflorado las canas de la
sabiduría al lado de mi frente amplia y resplandeciente. Los otoños habían
dejado su huella y los inviernos me habían acostumbrado al refugio hogareño.
Quizá habría renunciado a todo pero no a la primavera de mis instintos
varoniles, ellos se mantenían juveniles y alertas. Además, porque siempre viví
en lo personal, un verano intenso en el plano afectivo a pesar de los vientos
que más de una vez amenazaron con arruinarlo todo. Ya tenía descendencia para
que me hicieran abuelo pronto, pero la que fue mi primaveral amor, estaba
ausente viviendo otras realidades que ya no eran de mi incumbencia.
Así las cosas, al retornar
de un corto viaje, de pura casualidad supe que aquél infantil amor, había
retornado a mi vida. Sin saberlo, la magia de la memoria trajo para mí,
hermosos recuerdos y otra vez se manifestó el espíritu del amor. Quizá una
extraña sensación de romántico placer, me colmó de ilusiones y de esperanza.
Entonces, llegó el momento
sin pensar en volver a vernos y floreció nuevamente la amistad. Seguramente
seguiría su curso hasta el final de nuestros días que era realmente lo que
deseaba. Habíamos vivido separados por largo tiempo pero continuábamos juntos
por el recuerdo de las alegrías y las tristezas de cuando éramos niños.
Sin tomar conciencia de ello
nos hicimos mejores amigos, reíamos y peleamos como siempre, había una amistad
que no se apagó a pesar de todo. La soledad, la melancolía, el extrañar su
anhelada presencia en el tedio de los años que ya deseaban una compañía, me
llevó a preguntarle que si el firmamento diera un giro y se juntaran las
estrellas para dar un sola luz, potente y hermosa ¿Qué es lo que ella haría?
Se mostró pensativa como
dudando de la seriedad de mis palabras. Entonces, en ese instante, sin mediar
palabra, me atreví a sincerarme pero esta vez, en otro tono serio y
circunspecto: "¡Cásate conmigo!"...
Abrió sus ojos, miró los míos y esta vez, no se echó a reír…
lunes, 6 de agosto de 2018
La margarita
miércoles, 1 de agosto de 2018
Entre el canto y el desencanto
Espero tranquilo el tren de las once y treinta de la noche en la Estación de mi pueblo y mientras transcurre el tiempo, decidí dibujar unas líneas sin sentido en mi libreta. Seguramente terminaré escribiéndote una carta como antes la hacía años atrás cuando era muchacho. No sé si la leerás o si la recibirás alegre al saber de tu viejo amigo o se perderá quizá entre los suspiros largos del olvido, ¡Quién sabe! Es la verdad y ahora no lo quiero ni pensar...
Sin embargo, deseo bailar contigo un vals interminable con tu adornada belleza y con tu vestido de noche. No desearía sentir el tiempo de la melodía que nos invade para que los dos no regresemos nunca de este sueño. Querría cambiar tus penas por mis alegrías, darte mil besos apasionados por los tuyos que los siento ahora tan áridos y sin sentido. Así tal vez tomaría la burbuja en que respiras, la melancolía que vives y la que disfrazas a todos con una simple sonrisa...
Busca después en el silencio; sígueme por el anchuroso mar donde está mi fuerza y quizá me hayas encontrado. Soy como las sombras que no dejan un camino, soy la angustia que no ves pero que la sientes. Soy el tornado que se torna furioso delante de tus ojos y tal vez sea la espuma de las olas que mojan tus pies. Mi amor se deslizará en tu recuerdo y aunque presientas que tu soledad te pierde, sabrás al fin, que estoy a tu lado.
Escucharé nuestra canción de antaño, esa sin letra, pero con música de piano y si se me ocurre, beberé como vikingo presumiendo bravura o publicaré mis poesías con arrogancia. Pero yo sé que en alguna de estas noches, entre el canto y el desencanto de mis sentimientos, tú terminarás de una vez para siempre, mi triste llanto...