miércoles, 29 de agosto de 2018

Un querer queriendo



No puedo combatir lo que siento, porque no sé llamarte al teléfono sin mi nerviosa sonrisa cuando te saludo con el simple mensaje de un hola cómo estás o de un hasta pronto, sin tanto aspaviento. ¡Qué locura!

No puedo luchar contra el deseo de no verte porque mi corazón se entristece cuando estás lejos y sabiendo que al estar ausentes tus palabras, no puedas deleitar mis sentidos ni tampoco pueda entonar con mi vieja guitarra, una alegre melodía…

No puedo vencer este sentimiento porque en el despuntar de un nuevo día pienso en ti y quisiera huir de todo lo que me rodea para ver tus ojos grandes, expresivos, negros como la noche; deslizándome hacia la profundidad de tu alma sin que presientas lo que siento…

No puedo resistir el deseo de estar solos mirando el horizonte para que mi tristeza y la tuya se fundan en un beso, en una unión de amor y consolación, en una interminable poesía de momentos maravillosos que esperan el instante de ser vividos…

No puedo controlar este amor a pesar de que lo concibo inalcanzable, pero cuando surge en mí la esperanza de un destino distinto para los dos, me siento desconcertado sintiéndome prisionero en la celda de sentimientos que no puedo expresar así quisiera…

No puedo contradecir lo que siento porque aunque acepte que lo nuestro sea un imposible, una quimera, un cuento de hadas, me alienta el querer acercar mi corazón al tuyo aunque sea palpando tu etérea presencia, porque encuentro en ella dicha y alegría…

No puedo negar que en mí se encuentra el anhelo de que lo nuestro sea mejor para los dos como el sonido lejano de un mar apacible o de un querer queriendo en la intimidad de mi conciencia que está enamorada de ti, pero que debe quedarse en silencio…

No puedo ir en contra de lo que siento pero me alegra atesorarlo, tal vez de esta manera me robe tu inocencia, quizá pueda soñar en tenerte para siempre conmigo o alguna vez me haga vivir el imposible momento que un día pueda decirte mirándote a los ojos: Te amo…

Roque Puell López Lavalle



viernes, 17 de agosto de 2018

Cásate conmigo

De niño había conocido a una pequeña de ojos grandes y oscuros, muy hermosa. Era maravilloso verla cómo se mecían sus cabellos al viento cuando corría por los senderos del parque vecino a la urbanización donde vivíamos y su casa quedaba en las inmediaciones de la mía.

Ella vivía una eterna primavera cuando éramos niños pero no siempre eran todas alegrías, a veces eran momentos de felicidad y otros momentos eran de tristeza. Con razón después la encontraba compungida y ya no jugaba con su vieja muñeca entre las flores del jardín. Entonces yo le dije que no debería estar así, que la vida era para estar feliz y no para sufrir.

Atenta y curiosa me escuchaba, pero un día no pude más y le dije muy orondo: "Cásate conmigo",  y de pronto, se echó a reír. La verdad es que no sé por qué lo hizo y me quedé confundido porque yo era un niño bien parecido, educado, algo sucio y descuidado, pero también era muy varonil.

Pasaron los años de aquél incidente donde todos vivimos la vida de modos diferentes. La música nueva, los bailes modernos y como toda adolescencia y juventud,  estos solían ser contestatarios y rebeldes.

Pero, allí estaba ella, ahora espigada, hermosa y con sus ojos soñadores de siempre, ávidos de conocer el mundo y contar las estrellas del universo. Pero otra vez la vida le había jugado una mala pasada, ahora las desazones y las desavenencias, habían borrado su sonrisa dándole un aire de romántica melancolía.

Yo había crecido entonces, es más, había logrado rescatar mis anhelos y plasmar mis expectativas. Para ello había luchado sin desmayar. Al verla nuevamente, quise sumarla a mis triunfos personales, recordé mi infancia junto a ella y aquél amor de niño que jamás claudicó. Entonces de sorpresa, y sin que ella lo advirtiera, me acerqué y mirándola a los ojos le dije muy seriamente "Cásate conmigo" y ella se echó a reír. Otra vez, no entendí el porqué de su negativa.

Los años pasaron, la vida me llevó por otros caminos, senderos que me llevaron a otras conquistas en el plano espiritual y humano. Ya era otro, ya me habían aflorado las canas de la sabiduría al lado de mi frente amplia y resplandeciente. Los otoños habían dejado su huella y los inviernos me habían acostumbrado al refugio hogareño. Quizá habría renunciado a todo pero no a la primavera de mis instintos varoniles, ellos se mantenían juveniles y alertas. Además, porque siempre viví en lo personal, un verano intenso en el plano afectivo a pesar de los vientos que más de una vez amenazaron con arruinarlo todo. Ya tenía descendencia para que me hicieran abuelo pronto, pero la que fue mi primaveral amor, estaba ausente viviendo otras realidades que ya no eran de mi incumbencia.

Así las cosas, al retornar de un corto viaje, de pura casualidad supe que aquél infantil amor, había retornado a mi vida. Sin saberlo, la magia de la memoria trajo para mí, hermosos recuerdos y otra vez se manifestó el espíritu del amor. Quizá una extraña sensación de romántico placer, me colmó de ilusiones y de esperanza.

Entonces, llegó el momento sin pensar en volver a vernos y floreció nuevamente la amistad. Seguramente seguiría su curso hasta el final de nuestros días que era realmente lo que deseaba. Habíamos vivido separados por largo tiempo pero continuábamos juntos por el recuerdo de las alegrías y las tristezas de cuando éramos niños.

Sin tomar conciencia de ello nos hicimos mejores amigos, reíamos y peleamos como siempre, había una amistad que no se apagó a pesar de todo. La soledad, la melancolía, el extrañar su anhelada presencia en el tedio de los años que ya deseaban una compañía, me llevó a preguntarle que si el firmamento diera un giro y se juntaran las estrellas para dar un sola luz, potente y hermosa ¿Qué es lo que ella haría?

Se mostró pensativa como dudando de la seriedad de mis palabras. Entonces, en ese instante, sin mediar palabra, me atreví a sincerarme pero esta vez, en otro tono serio y circunspecto: "¡Cásate conmigo!"...

Abrió sus ojos, miró los míos y esta vez, no se echó a reír…

Roque Puell López Lavalle 

lunes, 6 de agosto de 2018

La margarita


Yendo por los arrabales de la vida, dejé en un muro solitario y anónimo una margarita a medio deshojar. 

Adiós margarita, ya no podré arrancar tus hojas como yo quisiera, sea para que me des la duda o el no de la tristeza o para que me digas con certeza si me quiere la mujer de mis sueños… no lo sé. 

Me voy para dejar de respirar tu fragancia esparcida en los caminos inciertos que el destino nos depara o en los remolinos de mis ideas que van y vienen buscando una respuesta a lo incomprensible: Su ausencia. Me iría para no volver a acordarme que en el pasado me encontré con un jardín muy bello pero con el tiempo se convirtió en un campo desierto. Como un corazón seco por el malhadado infortunio de un tortuoso amor llenos de reproches de acusaciones y de reconciliaciones apasionadas y besos profundos que luego se diluían como gotas de agua. 

¿Qué recuerdos dejaré? ¿Qué testimonio habría de mi alocado existir como aventurero? Tal vez abandonaría mi cuchillo con empuñadura de nácar, el más afilado de hoja brillante o a lo mejor mi única mochila, la vieja y gastada lona del viajero. Esa que te gustaba tanto y la que siempre nos acompañó en nuestras aventuras. Sonrío ahora con tristeza al abandonarla luego de haber recorrido con ella las verdes montañas de tu terruño y haber descansado a su lado frente a imponentes cascadas que cubrían con un velo de agua pura el exuberante rincón de mis anhelos. 

Quizá ahora pueda juntar mis manos para orar al cielo y luego las hundiría en la gleba formando el surco donde podría depositar la semilla de un nuevo tiempo. Ahogaría mi lamento, olvidaría que en algún momento fuiste todo para mí como la semilla y la tierra que estuvieron unidas por un fin. Pero los designios del Altísimo, son inescrutables y sus sentencias inapelables. Cantaron los juglares, algunos poemas que tenían la belleza indescriptible del Cantar de los Cantares, donde almas rendidas de amor cruzaban sus vidas hacia un destino triste e incierto y de esta manera, ¿Quién podría así enamorarse? 

Como los elfos cantan en los bosques al son del pífano del dios Pan, algunos dicen haberlos escuchado por los caminos cerca de la hacienda solariega bajo los pámpanos del viejo árbol centenario. Quizá estarían vibrando entre los arroyos o sorprendiendo en las quebradas de agua cristalina tal como fue tu amor ahora perdidoho pero eso ya no importa. ¡Que canten los faunos de mi fantasía y los duendes risueños en mis noches sin sueño! 

Las aves ya han construido su nido abrigando a sus pichones que pronto emplumarán y surcarán los cielos cumpliendo un ciclo vital. Mi vista se detiene en el batir de las alas de un colibrí que acerca su frágil pico a una flor que se encuentra hambrienta de néctar. Los recuerdos me invaden nuevamente regresando por el sendero hacia la cascada asordante y magnifica, a las perfumadas madreselvas de nuestros paseos, al canto de los pájaros y los sonidos de la fronda que eran la música de fondo de nuestro amor. Te preguntaría entonces, ¿Lo recuerdas? 

Pero también se encontraban esas bellas enredaderas que destilaban admiración a nuestros ojos. Sin embargo ¿No lo supiste? Ellas ya no existen más porque se secaron bajo el sol del infortunio. El mismo que nos alcanzó y consumió nuestra unión. Solo queda la leyenda de un abeto inmenso y de una bella rosa ¡Quién lo creyera! Ella que miró al gigante y él amoroso, la abrazó pero ellos tristemente dice la historia, se quedaron sin amor...

Roque Puell López Lavalle

miércoles, 1 de agosto de 2018

Entre el canto y el desencanto


Espero tranquilo el tren de las once y treinta de la noche en la Estación de mi pueblo y mientras transcurre el tiempo, decidí dibujar unas líneas sin sentido en mi libreta. Seguramente terminaré escribiéndote una carta como antes la hacía años atrás cuando era muchacho. No sé si la leerás o si la recibirás alegre al saber de tu viejo amigo o se perderá quizá entre los suspiros largos del olvido, ¡Quién sabe! Es la verdad y ahora no lo quiero ni pensar... 

Fuiste siempre impredecible Isabela. Tienes una mezcla de emociones y llevas en ti un silencio que te descubre. Eres de una belleza que para mí es un misterio y que quizás por eso, no quieres hablar con nadie. Me quedé prendado de ti sin darme cuenta en el primer instante que nos presentaron pero ahora que te conozco un poco más, no sé lo que vas a hacer realmente. Me doy cuenta que sufres un amor no correspondido y nada puedo hacer por ti. Me gustaría  darte un consuelo pero actúas como de costumbre, de forma rutinaria e indiferente. Me enoja tanto tu actitud, que en mi soledad, ya no te puedo soportar...

Sin embargo, deseo bailar contigo un vals interminable con tu adornada belleza y con tu vestido de noche. No desearía sentir el tiempo de la melodía que nos invade para que los dos no regresemos nunca de este sueño. Querría cambiar tus penas por mis alegrías, darte mil besos apasionados por los tuyos que  los siento ahora tan áridos y sin sentido. Así tal vez tomaría la burbuja en que respiras, la melancolía que vives y la que disfrazas a todos con una simple sonrisa...

Ahora me imagino en la cima de mi montaña divisando entre las llanuras, tus ojos de gorrión ingenuo y tu candidez que me invita a contemplarte. Sin embargo, vuelo como el águila con la mirada fija en tu figura para mostrarte mis vivencias. Si todavía crees en la luna que sabe ocultarse sin dejar rastro o si piensas que el viento te acaricia sin saber lo que piensas, vívelo ahora. 

Busca después en el silencio; sígueme por el anchuroso mar donde está mi fuerza y quizá me hayas encontrado. Soy como las sombras que no dejan un camino, soy la angustia que no ves pero que la sientes. Soy el tornado que se torna furioso delante de tus ojos y tal vez sea la espuma de las olas que mojan tus pies. Mi amor se deslizará en tu recuerdo y aunque presientas que tu soledad te pierde, sabrás al fin, que estoy a tu lado. 

Mientras tanto, andaré peregrino y me acordaré de ti cuando viaje, también cuando descanse  en mi solitaria litera. Fumaré un cigarrillo y entonces evocaré a graciosas fantasías, caminaré inventando historias, esas de grandes encuentros y de sonadas victorias. Lo haré hasta que me harte y después te llame por tu nombre viniendo tú presurosa hacia mí sin saber cuándo. 

Escucharé nuestra canción de antaño, esa sin letra, pero con música de piano y si se me ocurre, beberé como vikingo presumiendo bravura o publicaré mis poesías con arrogancia. Pero yo sé que en alguna de estas noches, entre el canto y el desencanto de mis sentimientos, tú terminarás de una vez para siempre, mi triste llanto...

Roque Puell López Lavalle

Escuchar: